Page 278 - Cementerio de animales
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quedaré escondido hasta la medianoche o más tarde. En otras palabras, mañana haré
           lo que hubiera podido hacer hoy, de haber sido más listo.»
               «Buena  idea,  oh  gran  maestro  Louis…  y  mientras,  ¿qué  pasa  con  el  fardo  de

           herramientas que eché por encima de la cerca? Pico, pala, linterna… no falta más que
           un letrero que diga: EQUIPO PARA ROBAR TUMBAS.
               «Cayó entre los arbustos, ¿quién quieres que lo encuentre, por el amor de Dios?»

               Eso sería lo más sensato. Pero ¿era sensata aquella empresa en la que se había
           embarcado?  Además,  su  corazón  le  decía  categóricamente  que  al  día  siguiente  no
           volvería.  Si  no  lo  hacía  esta  noche  no  lo  haría  nunca.  Ya  nunca  podría  volver  a

           mentalizarse con este frenesí de locura. Éste era el momento, el único momento que
           tenía.
               Por este lado había menos casas —al otro lado de la calle, se divisaba algún que

           otro  cuadrado  de  luz  amarillenta  y  en  uno  de  ellos,  el  parpadeo  grisáceo  de  un
           televisor  en  blanco  y  negro—,  y,  al  mirar  entre  los  barrotes,  observó  que  aquí  las

           tumbas eran más viejas, las lápidas estaban erosionadas y, algunas, inclinadas hacia
           adelante o hacia atrás, por efecto de muchas heladas y deshielos. Había otra señal de
           stop  delante  de  él  y  al  torcer  otra  vez  hacia  la  derecha  estaría  en  una  calle  que
           discurría en dirección más o menos paralela a Mason Street, su punto de partida. Y,

           cuando hubiera dado la vuelta completa, ¿qué haría? ¿Cobrar doscientos dólares y
           empezar desde la primera casilla? ¿Darse por vencido?

               Unos faros doblaron la esquina y Louis se paró detrás de otro árbol, a esperar que
           pasara el coche. Éste avanzaba muy despacio y, a los pocos segundos, el haz blanco
           de un faro surgió de la ventanilla lateral y recorrió la reja. Louis sintió una dolorosa
           opresión  en  el  pecho.  Era  un  coche  de  la  policía  que  patrullaba  alrededor  del

           cementerio.
               Louis se apretó contra el tronco. Sintió en la mejilla la áspera corteza. Confiaba

           que  el  tronco  fuera  lo  bastante  grueso  como  para  ocultarle.  El  haz  luminoso  se
           acercaba.  Louis  bajó  la  cabeza,  hurtando  la  cara  a  la  luz,  que,  al  llegar  al  árbol
           desapareció un momento para surgir de nuevo a la derecha de Louis. Él se desplazó
           ligeramente,  para  mantenerse  fuera  del  campo  visual  del  coche.  Por  un  momento,

           distinguió las luces azules del techo del vehículo. Ahora se encenderían las bombillas
           rojas del freno, se abrirían las puertas y el foco retrocedería para señalarle como un

           gran dedo blanco. «¡Eh, usted! ¡El del árbol! Salga donde podamos verle, y con las
           manos vacías. ¡Fuera, YA!»
               El coche-patrulla siguió su marcha. Al llegar a la esquina, hizo pausadamente la

           señal con el intermitente y torció hacia la izquierda. Louis se apoyó en el árbol, con la
           boca  seca  y  agria.  Seguramente,  pasarían  junto  al  Honda,  pero  no  importaba.  En
           Mason Street se podía aparcar desde las seis de la tarde hasta las siete de la mañana.

           Había  otros  muchos  coches.  Sus  dueños  debían  de  habitar  los  bloques  de




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