Page 277 - Cementerio de animales
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autopista. Cuando hubo pasado, Louis siguió andando.
               «La verja estará abierta, desde luego. Tiene que estar abierta.»
               Llegó a la verja, que tenía traza de catedral esbelta y grácil, entre las sombras que

           el viento hacía danzar. Louis extendió el brazo y empujó.
               Cerrada.
               «Pues  claro,  estúpido,  ¿imaginabas  que  iban  a  dejar  abierta  la  verja  de  un

           cementerio  situado  dentro  de  los  límites  municipales  de  una  ciudad  americana,
           después de las once de la noche? La gente ya no es tan confiada, amigo. Ya no. ¿Y
           qué haces ahora?»

               Ahora tendría que escalar, confiando en que en el vecindario nadie apartaría los
           ojos  del  show  de  Johnny  Carson  para  mirar  por  la  ventana  y  ver  a  este  torpe
           grandullón trepar por las barras de hierro.

               «¿Oiga, policía? Acabo de ver a un tipo torpe y grandullón escalar la verja del
           cementerio de Pleasantview. Al parecer, se moría por entrar. Asunto de vida o muerte.

           No,  no  bromeo.  Estoy  mortalmente  serio.  Me  parece  que  deberían  ustedes
           investigar.»
               Louis continuó por Pleasant Street y torció nuevamente a la derecha. El viento
           enfriaba  y  evaporaba  las  gotas  de  sudor  de  su  frente  y  sus  sienes.  Su  sombra  se

           alargaba y acortaba a la luz de las farolas. A su lado, impertérrita, la alta reja. Louis
           se detuvo, obligándose a sí mismo a mirarla realmente.

               «¿Tú piensas saltar eso? Vamos, no me hagas reír.»
               Louis Creed era un hombre alto, de casi un metro noventa, pero aquella reja tenía
           por lo menos tres metros de alto y cada uno de sus barrotes estaba rematado por una
           decorativa punta de lanza. Bueno, decorativa a no ser que al ir a pasar la pierna por

           encima  resbalaras  y  te  clavaras  una  de  aquellas  puntas  en  los  testículos.  Y  allí  te
           quedarías,  ensartado  como  un  cerdo  en  el  asador,  dando  voces  hasta  que  alguien

           llamara a la policía y te sacaran y llevaran al hospital.
               Seguía sudando y tenía la camisa pegada a la espalda. No se oía más que el lejano
           rumor del tráfico de última hora en Hammond Street.
               Tenía que haber un modo de entrar.

               Tenía que haber un modo.
               «Vamos,  Louis,  tienes  que  aceptar  la  evidencia.  Puede  que  estés  loco,  pero  no

           tanto.  Aunque  consiguieras  subir  a  pulso  hasta  ahí  arriba,  tendrías  que  ser  un
           consumado gimnasta para salvar esas puntas sin quedarte clavado. Y, aun suponiendo
           que consiguieras entrar, ¿cómo ibas a salir con Gage en brazos?»

               Siguió andando. Tenía una ligera idea de que estaba dando la vuelta completa al
           cementerio, pero sin hacer nada constructivo.
               «Bueno,  lo  que  voy  a  hacer  es  lo  siguiente:  esta  noche  regresaré  a  Ludlow  y

           volveré  mañana,  al  anochecer.  Entraré  por  la  puerta  antes  de  que  cierren  y  me




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