Page 243 - El cazador de sueños
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insensibles que parecían patas de mesa. Se sentía como una marioneta manipulada
           por alguien con buena intención, pero que sólo hiciera sus primeros pinitos. Hasta
           llegar  a  la  cocina,  e  inclinarse  hacia  el  armario  de  debajo  del  fregadero,  no  supo

           adonde iba.
               —I am the eggman, I am the eggman, I am the walrus! Goo-goo-jooh!                 [6]
               No lo cantó: lo declamó en voz muy alta y con un tono como de sermón, que no

           se había dado cuenta de tener en su repertorio. Era una voz de histrión decimonónico.
           La idea, a saber por qué, evocó la imagen del célebre actor shakespeareano Edwin

           Booth vestido de D'Artagnan, con pluma en el sombrero incluida, recitando la letra
           de John Lennon, y profirió dos fuertes sílabas de risa:
               —Ja! ¡Ja!

               Me estoy volviendo loco, pensó… pero en fin, mejor D'Artagnan recitando I am
           the Walrus que la imagen de la sangre de la cosa salpicando la pared, o de la Doc
           Marten  cubierta  de  moho  saliendo  de  la  bañera,  o  lo  peor  de  todo:  los  huevos

           abriéndose  y  soltando  un  cargamento  de  pelos  movedizos  con  ojos  de  cabeza  de
           alfiler. Todos mirándole a él.
               Apartó el lavavajillas y el cubo, y apareció lo que buscaba: la lata amarilla de

           líquido  Sparx  para  encender  la  barbacoa.  El  marionetista  inepto  que  le  gobernaba
           adelantó el brazo de Henry con movimientos torpes y cerró sus dedos en la lata de
           Sparx. Con ella en la mano, Henry volvió a cruzar el salón, pasando al lado de la

           chimenea  para  coger  la  caja  de  cerillas  de  madera  de  la  repisa,  mientras  seguía
           declamando / am the Walrus.
               Se dio prisa en volver a entrar en el dormitorio de Jonesy antes de que pudiera

           tomar el control la persona aterrorizada que había dentro de su cabeza, haciéndole dar
           media  vuelta  y  huir.  Lo  que  quería  esa  persona  era  hacerle  correr  hasta  caer
           inconsciente. O muerto.

               Los  huevos  de  encima  de  la  cama  también  se  estaban  abriendo.  Por  la  sábana
           empapada  de  sangre,  y  en  la  almohada  de  Jonesy,  pululaban  como  mínimo  dos
           docenas de cosas con forma de cabello. Una levantó su mínima cabeza y le lanzó un

           sonido tan débil y agudo que apenas se oía.
               Henry, que seguía sin permitirse ninguna pausa (puesto que detenerse significaba
           no volver a caminar, como no fuera hacia la puerta), dio dos pasos hacia el pie de la

           cama. Uno de los cabellos se deslizó hacia él por el suelo, impulsándose con la cola
           como un espermatozoide en el microscopio.
               Henry lo pisó, al tiempo que retiraba la tapa de plástico rojo del pitorro de la lata.

           Lo  orientó  hacia  la  cama  y  roció  generosamente  tanto  esta  como  el  suelo  con
           movimientos de la muñeca. Cuando el líquido mojaba las cosas con forma de cabello,

           soltaban grititos agudos como de gato recién nacido.
               — Eggman… eggman… walrus!




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