Page 246 - El cazador de sueños
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Caminó hacia el fondo de Hole in the Wall, donde estaba la leña. Al lado había otra
lona, esta vieja, y que de negra se estaba poniendo gris. Se había pegado con la
escarcha, y tuvo que usar las dos manos para arrancarla del suelo. Debajo había una
mezcolanza de raquetas, patines y esquíes. También había una barrena de nieve
antediluviana.
De repente, mientras miraba aquel amasijo poco llamativo de accesorios
invernales salidos de un extenso letargo, Henry se dio cuenta de lo cansado que
estaba, aunque decir «cansado» era quedarse corto. Acababa de recorrer quince
kilómetros a pie, casi todos corriendo. También había sufrido un accidente de coche,
y había descubierto el cadáver de uno de sus tres amigos de infancia. En cuanto a los
otros dos, también estaba seguro de haberlos perdido.
Llego a no querer suicidarme y ahora estaría como una puta cabra, pensó; y rió.
Le sentó bien reírse, pero no en el sentido de atenuar su sensación de cansancio. A
pesar de ella, debía marcharse. Tenía que encontrar a algún representante de las
autoridades y contarle lo que había pasado. Quizá ya lo supieran (a juzgar por los
ruidos, algo debían de saber, aunque a Henry no acabaran de cuadrarle los métodos
con que reaccionaban), pero tal vez no estuvieran al corriente de las comadrejas. Ni
de los huevos. Se lo diría él, Henry Devlin.
Las cuerdas de las raquetas, que eran de piel sin curtir, estaban tan roídas por los
ratones que casi sólo quedaba el bastidor. Henry, sin embargo, siguió buscando hasta
que encontró un par de esquíes cortos para esquí de fondo con toda la pinta de ser la
última tendencia de 1954. Las fijaciones estaban oxidadas, pero al empujarlas con los
dos pulgares logró moverlas bastante para que le sujetaran más o menos las botas.
Ahora, dentro de la cabaña todo eran chasquidos. Henry tocó la madera con una
mano y notó el calor. Debajo del alero había varios bastones de esquí apoyados, con
los puños metidos en un cúmulo de telarañas sucias. A Henry no le apetecía nada
tocarlos (tenía demasiado fresco en la memoria lo de los huevos y la prole pululante
de la comadreja sin patas), pero al menos llevaba guantes. Apartó las telarañas y
hurgó entre los bastones con movimientos rápidos. Ya veía saltar chispas detrás de la
ventana que tenía al lado de la cabeza.
Encontró un par de bastones que sólo le iban un poco cortos, y esquió con poca
gracia hacia la esquina del edificio. Con los esquíes viejos y la escopeta de Jonesy
colgada en el hombro, se sentía como un soldado nazi en una película de Alistair
MacLean. Justo al doblar la esquina, la ventana que había tenido más cerca explotó
hacia afuera con una detonación de fuerza inusitada, como si alguien hubiera tirado
una fuente grande de vidrio desde un segundo piso. Henry encogió los hombros y
sintió en la chaqueta el impacto de varios trozos de cristal. Le cayeron algunos en el
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