Page 245 - El cazador de sueños
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Al llegar a la puerta, Henry tuvo un recuerdo tan claro que le gritó por dentro el
corazón: Beaver de rodillas delante de Duddits, que intenta ponerse las zapatillas al
revés. «Deja, que te lo arreglo», dice Beaver; y Duddits, mirándole con los ojos muy
abiertos y una cara de perplejidad que no puede inspirar otra cosa que no sea ternura,
contesta: «¿Adegla tatilla?» Henry volvía a llorar.
—Hasta otra, Beav —dijo—. Te quiero, tío. Te lo digo con toda el alma.
Y se adentró en el frío.
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