Page 332 - El cazador de sueños
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Jonesy estuvo a punto de que le atraparan. De hecho, le salvaron los fluorescentes
que había encendido en su almacén mental. Quizá aquella sala no tuviera existencia
real, pero, desde el momento en que se lo parecía a él, se lo parecería al señor Gray
cuando llegara.
Mientras empujaba la carretilla con los contenedores donde ponía DERRY, vio
aparecer al señor Gray en la embocadura de un pasillo de pilas altas de cajas, como
por arte de magia. Era el humanoide rudimentario que había estado a sus espaldas en
Hole in the Wall, la cosa que le había visitado en el hospital. Los ojos inertes habían
acabado por cobrar vida, y avidez. Sigiloso, le había sorprendido fuera del refugio de
su despacho, y estaba decidido a echarle el guante.
Sin embargo, echó hacia atrás el bulto de su cabeza y, antes de que se protegiera
los ojos (sin párpados ni rastro de pestañas) con una mano de tres dedos, Jonesy vio
una expresión en su esbozo gris de cara que sólo podía ser de desconcierto. Quizá
incluso de dolor. El ser venía de fuera, de la noche y la nieve, de deshacerse del
cadáver del conductor, y no estaba preparado para aquel resplandor de supermercado
barato. También vio otra cosa: que el invasor había robado la expresión de sorpresa
de su huésped. Hubo un momento en que el señor Gray fue una caricatura espantosa
del propio Jonesy.
Su sorpresa concedió el tiempo justo a Jonesy, que, empujando la carretilla casi
sin darse cuenta, y sintiéndose como la princesa cautiva de un cuento de hadas
retorcido, se metió corriendo en el despacho. Después, notó más que vio que el señor
Gray le perseguía con sus manos atroces de tres dedos (la piel gris parecía carne
cruda y muy pasada), y cerró de un portazo justo antes de que le dieran alcance. Al
girar se dio un golpe con la plataforma en la cadera operada (asumía que estaba
dentro de su cabeza, pero no era óbice para que fuera todo muy real), y corrió el
pestillo en el preciso instante en que el señor Gray se disponía a accionar el pomo e
irrumpir en la oficina. Jonesy, por si acaso, también apretó el seguro que había en
medio del pomo. ¿Ya estaba o acababa de añadirlo él? No se acordaba.
Retrocedió sudoroso, y esta vez se le clavó el mango de la plataforma en el culo.
Delante, giraba y giraba el pomo. El señor Gray estaba al otro lado, mandando sobre
el resto de su cerebro (y de su cuerpo), pero incapaz de entrar. No podía forzar la
puerta; le faltaba peso para echarla abajo, y seso para forzar la cerradura.
¿Por qué? ¿Cómo podía ser?
—Duddits —susurró Jonesy—. Tiene que ver con Duddits.
El pomo sufrió una sacudida.
—¡Déjame entrar! —rugió el señor Gray.
Jonesy pensó que no parecía la voz de un emisario de otra galaxia, sino la de
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