Page 334 - El cazador de sueños
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           El señor Gray volvió a sentar el cuerpo de Jonesy al volante de la camioneta, cerró la
           puerta  y  pisó  el  acelerador.  La  camioneta  dio  un  brinco  hacia  adelante  y  perdió

           agarre.  Giraron  las  cuatro  ruedas,  y  la  camioneta  derrapó  contra  la  barrera  de
           seguridad con un fuerte impacto.
               —¡Mierda!  —exclamó  el  señor  Gray,  accediendo  al  repertorio  malsonante  de

           Jonesy  casi  sin  darse  cuenta—.  ¡Hay  que  joderse!  ¡Tócame  los  perendengues!
           ¡Hostias en vinagre! ¡Cómeme la pirula!

               Luego  se  contuvo  y  volvió  a  acceder  a  los  conocimientos  automovilísticos  de
           Jonesy,  cuya  información  sobre  cómo  había  que  conducir  con  un  tiempo  así,  sin
           embargo, no podía compararse con la de Janas. Por desgracia, Janas ya no estaba, y
           se habían borrado sus archivos. Había que conformarse con lo que sabía Jonesy. Lo

           más  importante  era  rebasar  lo  que  en  los  pensamientos  de  Janas  había  recibido  el
           nombre de «zona de cuarentena». Fuera de ella estaría a salvo. A ese respecto, Janas

           había despejado cualquier duda.
               El pie de Jonesy volvió a pisar el acelerador, pero esta vez mucho más suave, y la
           camioneta se puso en marcha. Las manos de Jonesy encarrilaron la Chevrolet por el
           camino abierto por los quitanieves, y que empezaba a taparse.

               Debajo del salpicadero chisporroteó la radio.
               —Atención, se ha salido un camión de la carretera y ha volcado. ¿Me recibes?

               El  señor  Gray  consultó  los  archivos.  Casi  todo  lo  poco  que  sabía  Jonesy  de
           comunicación  militar  lo  sacaba  de  libros  y  de  algo  llamado  «pelis»,  pero  quizá
           sirviera. Cogió el micro, palpó en busca del botón que Jonesy, por lo visto, preveía
           encontrar al lado, lo encontró y lo apretó.

               —Te recibo —dijo.
               ¿Notarían que no era Andy Janas? Basándose en los archivos de Jonesy, el señor

           Gray lo dudaba.
               —Unos  cuantos  vamos  a  ir  a  ver  si  lo  levantamos  y  podemos  devolverlo  a  la
           carretera. Lleva la comida, el muy jodido. ¿Me recibes?

               El señor Gray apretó el botón.
               —Lleva la comida, el muy jodido. Recibido.
               Esta vez la pausa fue más larga, tanta que tuvo miedo de haber dicho algo mal o

           haber caído en una trampa. Después dijo la radio:
               —Supongo que habrá que esperar a los próximos quitanieves. Tú más vale que
           sigas. Corto.

               La  voz  parecía  enfadada.  Los  archivos  de  Jonesy  daban  a  entender  que  podía
           deberse a que Janas, conductor experto, se había adelantado demasiado para prestar
           ayuda. Perfecto. La intención previa del señor Gray era seguir, pero no estaba de más



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