Page 48 - El cazador de sueños
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había entrado una ternura ñoña por aquel desconocido, una emoción tan intensa que
           se parecía a su primer amor de instituto: Mary Jo Martineau, con su blusa blanca sin
           mangas y su falda tejana lisa hasta la rodilla. Ahora ya estaba del todo seguro de que

           no había alcohol de por medio. La causa de la falta de equilibrio del desconocido era
           el miedo, y quizá el cansancio. Con todo, le olía el aliento a algo, un olor como a
           plátano  que  a  Jonesy  le  recordó  el  del  éter  con  que  en  mañanas  frías  rociaba  el

           carburador de su primer coche, un Ford de la época de Vietnam.
               —¿Entramos?
               —Vale. Te… tengo un frío… Menos mal que le encuentro. ¿Es…?

               —¿Si es mía la cabaña? No, de un amigo.
               Jonesy  abrió  la  puerta  de  roble  barnizado  y  le  ayudó  a  cruzar  el  umbral.  Al
           contacto del aire caliente, el hombre contuvo la respiración y las mejillas empezaron

           a enrojecérsele, para alivio de Jonesy: algo de sangre, a fin de cuentas, le corría por
           las venas.































































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