Page 589 - El cazador de sueños
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perro por un suelo de cemento. Hay polvo y hojas secas, como en las tumbas de las
películas de miedo de los años cincuenta que le gusta ver a Jonesy en vídeo. Pero no
es ninguna tumba, porque al fondo se oye ruido de agua.
En medio del suelo hay una tapadera oxidada y redonda con unas siglas grabadas,
las de la compañía de aguas de Massachusetts. La porquería rojiza que tapa la
pantalla no las borra. ¿Cómo va a borrarlas, si para el señor Gray (que como ser físico
murió en Hole in the Wall) lo son todo?
Literalmente todo: el mundo.
Han movido un poco la tapa del tubo, dejando a la vista un arco de oscuridad
absoluta. Jonesy se da cuenta de que el hombre con el perro a rastras es él, y de que el
animal no está muerto del todo. Deja un reguero de sangre espumosa y rosada en el
cemento, y sacude las patas traseras. Casi como si nadase.
«No te fijes en la película», dice, o casi ruge, Henry. Jonesy mira al ser que hay
en la cama, la cosa gris que se tapa medio pecho con una sábana manchada de byrus.
El pecho es una superficie lisa y gris de carne sin poros, pelos ni pezones. La sábana
lo tapa, pero Jonesy sabe que tampoco tiene ombligo, porque nunca ha nacido. Es la
visión que tiene un niño de un extraterrestre, extraída del subconsciente de los
primeros que entraron en contacto con el byrum. Nunca han existido como seres
reales, como extraterrestres. Como seres físicos, los grises siempre han sido
creaciones de la imaginación humana, del atrapasueños. Saberlo alivia un poco a
Jonesy. No ha sido el único engañado. Algo es algo.
Y otra cosa que le complace: la mirada de aquellos ojos negros tan horribles. Es
de miedo.
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