Page 157 - La iglesia
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Manolo, no te enfades, pero estás bebiendo mucho estos días. ¿Qué te pasa?

               Cuéntamelo, por favor…
                    Él trató de esbozar algo parecido a una sonrisa. Su aliento era hediondo,
               apestaba a destilería.
                    —Tranquila, solo necesito descansar unos días. Se me pasará.

                    —Es como si no me necesitaras, Manolo… Siento que me estás apartando
               de ti.
                    El rostro de Perea se enfoscó durante una milésima de segundo, aunque
               enseguida recompuso su sonrisa, más falsa que un billete de quince euros.

                    —No  digas  eso,  por  favor.  Intentaré  dormir  un  rato,  así  que  nada  de
               teléfono, ¿de acuerdo?
                    Lola asintió. Manu ya había llamado al ascensor. Desde la puerta, felicitó
               a su marido.

                    —Feliz día de San Valentín, Manolo.
                    —Ah, sí. Feliz día de San Valentín.
                    Manolo Perea mantuvo su mueca sonriente hasta que el ascensor devoró a
               su familia. Sora, la chica que trabajaba en casa, aún tardaría un par de horas

               en llegar. Encendió el ordenador y abrió la fotografía del cristo en cuanto el
               sistema operativo se lo permitió. Una vez más, sus miradas se cruzaron. Notó
               el suelo pegajoso y lleno de cristales. Claro, coño, la puta copa de balón. Se
               sentó en la silla y apartó los trozos con la zapatilla; luego le diría a Sora que

               los  limpiara.  Abrió  el  cajón  donde  guardaba  las  botellas  de  Havana  Club,
               quitó el tapón a la que estaba empezada y dio su primer trago de ron del día.
                    Eran las nueve menos diez de la mañana. Feliz día de los enamorados.









               Poco  antes  del  mediodía,  Fernando  Jiménez  y  Mohamed  sustituyeron  el

               peldaño  traidor  que  había  mandado  a  Rafi  al  hospital  por  uno  parecido  al
               original.  Miguel  y  Hamido,  por  su  parte,  comprobaron  satisfechos  que  las
               extrañas manchas de la pared desaparecían después de un buen rascado y dos
               manos de pintura. Las pruebas realizadas el día anterior en el testero oeste

               habían sido todo un éxito.
                    En  la  sacristía,  Abdel  había  retirado  las  fotografías  de  los  papas  para
               pintar la zona de pared que ocupaban, protegiendo las áreas bajas de madera
               con  plásticos  y  cinta  de  pintor.  Detrás  de  él,  el  padre  Ernesto  continuaba

               repartiendo cosas entre cajones, armarios y cubo de la basura, esta última su




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