Page 159 - La iglesia
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Fernando Jiménez llegó al andamio después de Hamido y Mohamed, que

               habían  corrido  como  gacelas.  Aunque  Miguel  parecía  arreglárselas  solo,  le
               acercaron una escalera de aluminio para que pudiera bajar al suelo con más
               facilidad. Ernesto y Abdel permanecieron un poco apartados, en silencio. El
               mal  ambiente  que  se  había  creado  en  un  momento  era  parecido  al  del  día

               anterior.
                                                                               ⁠
                    —¡Papá, en esta iglesia pasa algo! —⁠gritó Miguel—. ¡Me niego a seguir
               trabajando aquí!
                    —Cálmate,  coño,  y  cuéntame  qué  ha  pasado.  ¿Cómo  te  has  caído  del

               andamio?
                                                                               ⁠
                    —Acabo de ver una cara horrible en la pared. —El tono de su voz era
               próximo  al  grito;  al  volverse  para  señalar  la  mancha  bajo  la  vidriera,
                                                                                             ⁠
               descubrió que esta tenía la misma superficie informe de siempre—. ¡Joder,
               ahora no se ve, pero parecía querer salir del puto muro! ¡Me ha saltado a la
               cara y me ha tirado del andamio!
                    Mohamed  y  Hamido  comenzaron  a  murmurar  en  árabe  y  a  mirar  las
               paredes con expresión asustada. Abdel le susurró a Ernesto:

                    —Ellos tienen miedo. Empiezan creer iglesia embrujada…
                    Fernando  Jiménez  miró  a  su  hijo  con  extrañeza.  Le  costaba  creer  en
               cuentos de brujas.
                    —A ver, Miguel, eso te lo has podido imaginar…
                                                                                                  ⁠
                    —¡Y una mierda, imaginar! —⁠Esta vez sí fue un grito en toda regla—. Sé
               lo que he visto.
                    Mohamed le comentó algo a Fernando Jiménez en voz muy baja. Hamido,
               detrás de él, empezó a dar cabezazos de asentimiento. El contratista hizo un

               gesto a Abdel con la mano para que se acercara, y este obedeció. Miguel, que
               seguía renegando entre dientes, se unió al corro.
                                                                        ⁠
                    —Voy fuera a hablar con mi gente, padre —le dijo Jiménez a Ernesto⁠—.
               Ahora volvemos.

                    El sacerdote se quedó solo en la iglesia. Comenzó a recoger las brochas,
               espátulas y paletinas que habían caído del andamio y a devolverlas al capazo
               de forma automática. Un par de frascos de disolvente se habían hecho añicos
               contra el suelo, así que fue a la sacristía y regresó con la escoba, el recogedor,

               el  cubo  y  la  fregona.  Mientras  el  concilio  de  obreros  supersticiosos  se
               celebraba a las puertas de la Iglesia de San Jorge, recogió los cristales rotos y
               eliminó los charcos de productos químicos de las losas. Justo terminaba de
               escurrir la fregona en el cubo cuando Fernando Jiménez regresó a su lado. La

               expresión de su rostro era de preocupación.




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