Page 163 - La iglesia
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Se preguntó si tal vez su sacerdocio no había sido más que un
complemento de su vida docente, una postura cómoda, como la de ciertos
médicos militares que entran en el ejército en busca de un trabajo seguro. ¿Se
considerarían más médicos que militares, o viceversa? ¿Cuántos de ellos
tendrían auténtica vocación castrense?
En ese momento, en la soledad de la iglesia, Ernesto Larraz sintió cómo el
fracaso se fundía con él en un abrazo fraternal, como un viejo compañero de
viaje cuya presencia hubiera pasado inadvertida hasta entonces.
La mañana no pudo ser más productiva para el padre Félix. Gabriel Cádiz
resultó ser una fuente de sabiduría y el Archivo Diocesano una cueva de
tesoros. El archivero parecía tener el índice de la colección que custodiaba
tatuado en su memoria. Para colmo, era un verdadero amante de su trabajo y
se desvivió atendiendo al joven sacerdote, mostrando un entusiasmo
exacerbado en todo momento.
Diez minutos después de llegar, Félix tenía encima de una mesa de
madera, tan grande como antigua, cuatro tomos formados por facsímiles de
legajos originales que compilaban las andanzas de los jorgianos en la Ceuta
de los siglos XVII al XIX. Al preguntarle a Gabriel Cádiz acerca de la
participación de la Orden en los asedios de Muley Ismail a la Plaza
norteafricana, este marcó con post-it varias páginas de dos de los libros,
acotando así la búsqueda del sacerdote. Félix encontró menciones a
asistencias físicas y espirituales a presos rescatados del Islam, así como
testimonios de la colaboración de los jorgianos con la Casa de Misericordia
de Ceuta en el cuidado de los enfermos, pero ni una palabra de exorcismos,
djinn o cosas por el estilo; toda la información plasmada en los documentos
era de lo más mundana.
Tras hora y cuarto de búsqueda infructuosa, Félix se atrevió a desvelar al
archivero la verdadera razón de sus pesquisas, no sin sentir el hervor de la
vergüenza en sus mejillas. La expresión y la voz de Gabriel Cádiz se tornaron
misteriosas al recordar uno de los primeros asedios del sanguinario sultán, en
1694. Rebuscó en una estantería y extrajo un par de copias de viejos
documentos que leyó en voz alta. El corazón de Félix se puso al galope
mientras Gabriel Cádiz interpretaba la vetusta e intrincada caligrafía para su
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