Page 165 - La iglesia
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Marisol  y  su  terrorífica  confrontación  cara  a  cara  con  el  perro.  Félix  le

               escuchó  con  atención,  dando  cabezazos  de  afirmación  que,  obviamente,  su
               interlocutor  no  podía  ver.  A  pesar  de  estar  en  mitad  de  una  corriente  de
               viandantes, el sacerdote se sentía aislado en una burbuja donde solo aquellas
               siniestras revelaciones parecían ser reales.

                    —Logré encerrar al perro en el aseo y aproveché para llamar a urgencias
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               —prosiguió  Juan  Antonio⁠—.  Marta  se  quedó  con  mi  hija,  sujetándola  para
               que no se hiciera daño. En cuanto me confirmaron que una ambulancia venía
                                                                ⁠
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               de camino, me fui con ellas —una pausa—. Al abrir la puerta de su cuarto,
               descubrí  que  Marisol  había  mordido  en  la  mano  a  mi  mujer  y  la  tenía
               arrinconada a golpes con sus manitas desnudas. Félix, Marisol tiene solo seis
               años…
                    A Juan Antonio se le quebró la voz y el padre Félix le concedió tiempo.

               Entendía que para un hombre corriente como el aparejador, tenía que ser muy
               duro y embarazoso verbalizar algo tan surrealista y terrorífico a la vez.
                                                                                                  ⁠
                    —Sujetar a mi niña me costó casi tanto como sujetar al perro. —Por su
               voz, era evidente que Juan Antonio luchaba por mantener la compostura y no

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               echarse a llorar—. Tú la conoces, es un mico que apenas pesa veinte kilos.
                    —Lo sé. Ese fenómeno se conoce como sansonismo.
                    —Los  de  la  ambulancia  fliparon.  Tuvieron  que  inyectarle  un
               tranquilizante antes de llevársela.

                    —¿Cómo está tu esposa? —se interesó Félix.
                    —Tiene la cara como un mapa. Menos mal que el médico corroboró el
               episodio de fuerza sobrehumana de Marisol y no acabé en comisaría, ya sabes
               cómo  andan  las  cosas  últimamente  con  la  violencia  de  género…  De  todos

               modos, los moretones le duelen menos que la situación.
                    —¿Quieres que me acerque al hospital a ver a Marisol?
                    —Se lo propuse a Marta y me mandó a la mierda a gritos. Dice que la
               culpa de todo es mía, por enseñarle el cristo ese de mierda que tenéis en la

               cripta…, y perdona la blasfemia.
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                    —Ese no es Cristo, Juan Antonio —⁠le disculpó—. Es una representación
               impía.
                    —Mi  mujer  se  niega  a  ver  lo  evidente.  Le  he  dicho  que  tú  podrías

               ayudarnos, pero se niega a aceptar que Marisol pueda estar poseída…
                    —Un momento —le interrumpió—. No lleguemos a esa conclusión tan
               rápido.
                    —Tú no la has visto, Félix. Lo que había anoche en el dormitorio de mi

               hija no era mi hija.




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