Page 169 - La iglesia
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y nos convertimos en cómplices de su irreverencia, proveyéndole de todo lo

               necesario para acabar con el sufrimiento de nuestro hermano.
                    »Trabajó  en  la  misma  cripta  durante  cuarenta  días  con  sus  cuarenta
               noches,  sin  apenas  descansar,  tallando  en  madera  un  Crucificado  con  una
               hornacina en la que, según él, mantendría prisionero al mal que deberíamos

               arrancar de raíz del interior de fray René». —⁠El padre Félix interrumpió su
                       ⁠
               lectura—. ¿Te suena quién puede ser ese sacristán?
                    —Ignacio de Guzmán —pronunció Juan Antonio, sin poder disimular su
               asombro.

                    —No puede ser otro —corroboró el sacerdote, reanudando la lectura del
                            ⁠
               manuscrito—.  «Una  vez  terminada  la  talla,  intentamos  por  última  vez  un
               exorcismo siguiendo el Ritual Romano. Lo que moraba dentro de fray René
               nos  maldijo,  maldijo  la  imagen  del  Crucificado,  maldijo  la  Iglesia  de  San

               Jorge  y  a  todo  aquel  que  cruzara  sus  puertas.  Juró  que  aquel  suelo  ya  no
               volvería a ser sagrado y afirmó que Dios había sido expulsado de su propia
               casa. Fue entonces cuando el cuerpo de nuestro hermano comenzó a fallar. El
               sacristán nos aseguró que la única forma de salvar su alma sería arrancarle el

               corazón, que era donde el ente maligno habitaba, y confinarlo en la imagen
               sagrada.
                    »Empujados por la piedad, arrancamos el corazón a fray René Delacourt y
               lo guardamos dentro de la hornacina de la talla, que el sacristán procedió a

               sellar con gran presteza. Mientras lo hacía contemplamos, con horror, cómo
               las facciones de la escultura se corrompían, como una muestra más del poder
               del Maligno. Una vez concluida su faena, el sacristán pintó en el suelo, frente
               al  Crucificado,  un  círculo  mágico  sobre  el  que  dispuso  varios  símbolos

               paganos.  Para  nuestro  asombro,  el  proceso  de  corrupción  de  la  imagen  se
               detuvo delante de nuestros propios ojos. Yo mismo ordené cubrirla con un
               lienzo,  sacar  en  secreto  el  cadáver  de  fray  René  y  clausurar  la  cripta  para
               siempre.

                    »Mandé matar al sacristán al día siguiente y le hice desaparecer sin dejar
               rastro. Fue un acto mezquino, pero no podíamos dejar vivo a un testigo de
               nuestra herejía. Sufro un gran tormento desde entonces, y valga esta misiva
               como  confesión.  Confío  en  que  Dios  sabrá  perdonarnos  en  su  infinita

               misericordia, pero somos humanos además de jorgianos, y si bien penaremos
               en vida a causa de nuestra alianza con la brujería, nos aterra ser juzgados por
               la  mano  implacable  del  Santo  Oficio.  Es  por  ello  que  hemos  decidido
               abandonar la Orden de San Jorge y marcharnos de Ceuta. Cuando esta carta

               esté en vuestro poder, estaremos lejos.




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