Page 174 - La iglesia
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herida con esparadrapo y volvió a pulsar el timbre con insistencia. Levantó la

               vista y se encontró a Leire de pie en la puerta, con ambas manos unidas frente
               a su boca. Elvira le sonrió.
                    —Respira —la tranquilizó—. No he tenido más remedio que practicarle
               una traqueotomía.
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                    —¿Por qué se estaba asfixiando? —sollozó Leire.
                    Elvira no tuvo ocasión de contestarle, aunque tampoco habría sabido qué
               responder.  Justo  en  ese  momento,  la  auxiliar  regordeta  regresó  a  la  135
               acompañada  del  doctor  Guirado.  Leire  suspiró  aliviada:  había  llegado  la

               caballería.  Aunque  nadie  pudo  verlo,  el  enjambre  invisible  se  elevó  hasta
               tocar  el  techo,  satisfecho  con  el  caos  que  había  desencadenado  en  un
               momento. Se sentía fuerte y poderoso. El dolor, el sufrimiento, el miedo, el
               llanto, la desgracia, la tristeza… todo lo malo del mundo era su alimento.

                    Y cuanto más comía, más hambriento se sentía.









               La lluvia no cesó en todo el día, encerrando en casa a quienes no tenían que
               salir por obligación. Muchos críos faltaron a sus clases particulares, y en los
               comercios  de  la  Calle  Real  reinaba  una  tranquilidad  directamente

               proporcional  al  vacío  de  sus  cajas  registradoras.  A  las  nueve  de  la  noche,
               Ceuta era un desierto. Tan solo las gotas de agua recortadas contra la luz de
               las farolas imprimían cierto movimiento a las calles, así como los riachuelos
               que se formaban a pie de acera.

                    Dris volvió a casa en taxi alrededor de las nueve y media de la noche, en
               mitad  de  un  aguacero.  En  días  tan  lluviosos  no  era  buena  idea  circular  en
               moto.  Al  entrar  en  casa  encontró  a  sus  padres  sentados  frente  al  televisor.
               Después de los saludos de rigor, Dris anunció que iba a darse una ducha.

                    —Voy a hacer la cena —dijo Latifa, levantándose del sofá.
                    Saíd  tomó  posesión  del  mando  a  distancia  y  se  dedicó  a  su  deporte
                                                                                                     ⁠
               favorito:  el  zapping.  Desde  que  tenía  televisión  digital  e  Imagenio  —esto
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               había sido idea de su hijo—, disponía de muchos territorios que explorar a
               golpe de botón. Pasó de los canales genéricos a los de series, de estos a los de
               cine y de ahí dio un salto a sus favoritos: los documentales. En ese momento,
               un tipo bronceado con apellido griego, americana marrón y unos pelos que
               parecían  no  haber  visto  un  peine  en  años  afirmaba  que  unas  ruinas

               encontradas en Perú habían sido construidas por una civilización alienígena




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