Page 170 - La iglesia
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»O muertos.

                    El padre Félix dio por concluida la lectura del documento. Al otro lado de
               la  línea,  Juan  Antonio  tardó  unos  segundos  en  sentirse  capaz  de  articular
               palabra.
                    —¿Insinúas que a mi hija no le queda otra que sufrir el mismo destino del

               padre René?
                    El sacerdote rechazó la idea de inmediato.
                                                                ⁠
                    —No quería decir eso —le tranquilizó—. Lo que sí creo es que el ser que
               infecta la Iglesia de San Jorge no tiene nada que ver con los demonios con los

               que los exorcistas católicos se enfrentan habitualmente. El padre Artemio lo
               contuvo de algún modo con sus oraciones, pero no consiguió derrotarlo. Y
               hay algo más: el archivero consultó el nombre de Ignacio de Guzmán con el
               cronista de la Ciudad. Pues bien, resulta que existía un viejo legajo donde se

               le menciona; ese legajo desapareció misteriosamente tras una visita del padre
               Artemio al archivo, en 1999.
                    —¿Lo robó?
                    —En el archivo creen que sí, pero él lo negó cuando le preguntaron si se

               lo había llevado en un despiste. De hecho, el cronista de la Ciudad recuerda
               que una vez le sacó el tema al padre Agustín, el anciano compañero del padre
               Artemio, y este se puso muy incómodo. Dice que era como si el viejo supiera
               algo del asunto.

                    —¿Y para qué querría el padre Artemio ese documento sobre Ignacio de
               Guzmán?
                    —Ni idea. Pero todavía queda una última sorpresa: el vicario ha hecho un
               par  de  llamadas  y  ha  averiguado  que  el  padre  Agustín  no  ha  muerto.  Su

               nombre  completo  es  Agustín  Cantalejo  Vílchez  y  vive  en  la  Residencia
               Sacerdotal San Pedro, en Madrid. Si alguien puede darnos la última pieza de
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               este rompecabezas, es él. —Félix hizo acopio de todo su valor para hacer la
                                      ⁠
               siguiente  promesa—.  Juan  Antonio,  estoy  decidido  a  acabar  con  esta
               maldición,  pero  necesito  todas  las  armas  a  mi  alcance  para  hacerlo.  Estoy
               dispuesto a todo, y si tengo que hacerlo solo, lo haré. Sé que el padre Ernesto
               no me ayudará, y temo que si le pido ayuda al padre Alfredo este llamará al
               obispado y me apartarán de la parroquia. Te necesito a ti.

                    —¿A mí?
                    El  fogonazo  de  un  relámpago  lejano  precedió  a  la  confirmación  del
               sacerdote.
                    —A ti.







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