Page 168 - La iglesia
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—«Asistieron los frailes jorgianos a su hermano y diéronse cuenta de que
seguía vivo, mas su alma ya no le pertenecía, sino que era presa de un
demonio que blasfemaba y hacía burla del poder del Altísimo. Gozaba el
energúmeno de gran fortaleza, así que hicieron falta muchos soldados para
sujetarle. Ordenaron los religiosos su envío a la Iglesia de San Jorge, para allí
confinarle y rezar por su salvación, y así expulsar a los demonios que tanto le
atormentaban». —Félix dio por finiquitada la lectura del documento—. Este
es el fragmento del informe del capitán Yáñez que se refiere al padre
Delacourt; lo demás es un parte de guerra que no nos interesa, pero tengo
también la copia de una carta personal del padre jorgiano fray Rafael Flaubert
(fechada dos años después, en 1696) dirigida al padre Emilio Rodríguez de
Vargas, abad del Monasterio de Yuste. La carta jamás salió de Ceuta: está en
el Archivo Diocesano, conservada como mera curiosidad. Por su contenido,
es más que posible que su remitente se lo pensara dos veces antes de enviar lo
que parece ser una confesión en toda regla.
—Te ha cundido la mañana, ¿eh, padre?
—Ni te lo imaginas. Déjame que te lea la carta. —Félix retomó la lectura
en voz alta, saltándose doce líneas dedicadas a pelotear al abad—. «Las
semanas dieron paso a meses en los que nuestras oraciones no dieron fruto
alguno. Mantuvimos a fray René oculto en la cripta de la Iglesia de San Jorge,
pues una derrota de Dios ante el Maligno minaría la moral de este pueblo tan
azotado por la desdicha. Es como si nuestros rituales fortalecieran al demonio,
en lugar de darle tormento y debilitarlo. Amordazábamos a fray René cada
vez que celebrábamos la Santa Misa, para que los feligreses no oyeran sus
blasfemias y juramentos. Estábamos desesperados.
»Llevamos este asunto con tal discreción que ni siquiera el Gobernador de
la Plaza fue informado del cautiverio de fray René; dejamos correr la noticia
de que había sanado de sus heridas y partido con rumbo al Nuevo Mundo,
siguiendo un mandato de la superioridad. Tan solo los miembros de la Orden
y el sacristán de la iglesia conocíamos la verdad. Y fue precisamente a causa
de este sacristán, cuyo nombre no revelaré, que abandonamos la senda del
Señor para adentrarnos en el cenagal de la herejía, y todo por querer salvar el
alma de nuestro hermano a cualquier precio. Que Dios nos perdone.
»Afirmaba este hombre que el mal que poseía a fray René era de origen
pagano, y que los rituales cristianos no servirían para expulsarlo. Sostenía que
ese ente solo podría ser combatido con la ayuda de la misma magia con la que
había sido invocado a nuestro mundo. Desesperados, escuchamos sus palabras
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