Page 171 - La iglesia
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A Juan Antonio le temblaban tanto las piernas que tuvo que apoyarse en

               uno de los arriates del exterior del hospital. La cuchara invisible del demonio
               le  robaba  otro  trozo  de  la  tarta  de  su  realidad.  El  cielo,  cada  vez  más
               encapotado, parecía concentrar su negrura sobre la ciudad.
                    —¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó, al fin.

                    —Yendo  a  Madrid  y  entrevistándote  con  el  padre  Agustín.  Saber  la
               verdad sobre la lucha del padre Artemio contra ese ser podría sernos de gran
               utilidad.  Necesitamos  conocer  todos  los  detalles,  cualquier  cosa  podría  ser
                                           ⁠
               vital en esta batalla —Félix exhaló un suspiro⁠—. Ojalá pudiera ir yo, pero
               Ernesto  no  me  lo  permitiría  bajo  ningún  concepto.  Juan  Antonio,  si  logro
               acabar con esa entidad, tu hija volverá a ser la que era y esta pesadilla acabará
               de una vez por todas.
                    El arquitecto técnico sopesó los pros y contras del viaje. Lo más probable

               era que Marta le enviara al cuerno en cuanto se lo planteara. Dejarla sola en
               esos momentos era mala idea, pero por otra parte podría hacer más por su hija
               en Madrid que en el hospital.
                    —Ya se me ocurrirá algo, Félix —⁠dijo, al fin⁠—. Te mantendré informado.

                    —Que Dios te bendiga, Juan Antonio.
                    Justo al pronunciar estas palabras, un trueno dio paso a una lluvia súbita y
               furiosa. Félix se refugió en la entrada de la sucursal del Santander que hacía
               esquina con la calle Méndez Núñez. Momentos después, estaba rodeado de

               otros viandantes sorprendidos por el chaparrón. Uno de ellos, un señor mayor
               de espalda encorvada, se dirigió a él:
                    —¡La  que  está  cayendo  de  repente,  ¿eh,  padre?!  ¡Una  lluvia  de  mil
               demonios!

                    El cura le dedicó una mirada de reojo y una sonrisa de compromiso.
                    —No lo sabe usted bien.









               Jorge  Hidalgo  se  dio  de  bruces  con  la  oscuridad  nada  más  salir  de  la
               comisaría del Paseo Colón. En su despacho, concentrado en su trabajo, esta

               había pasado desapercibida; sin embargo ahora, en el exterior, se dio cuenta
               de  que  no  solo  eran  las  nubes  negras  que  emboscaban  Ceuta  las  que
               proyectaban su sombra gris en las calles.
                    Había algo más. Algo invisible para todos menos para él.







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