Page 160 - La iglesia
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                    —He  hablado  con  mis  hombres  —empezó  a  decir—.  El  único  que  se
               queda es Abdel, que tiene los huevos más gordos que el cerebro. Los demás
               se  niegan  a  seguir  currando  aquí,  así  que  no  me  queda  más  remedio  que
               contratar a una cuadrilla de pintores para que hagan el trabajo. Me va a costar
               el dinero, pero prefiero eso a tenerla con mi familia. Todo lo que se puede

               pagar con dinero es barato. Entiende lo que quiero decir, ¿verdad, padre?
                    —¿Puedo hacerle una pregunta?
                    —Claro, padre, no se corte.
                    —¿El  padre  Félix  les  ha  comentado  algo  raro  sobre  la  iglesia?  Algo,

               digamos, sobrenatural o espiritual…
                    —Que yo sepa, no. Aunque ahora que lo menciona, padre, yo de usted
               llamaría a mi primo Íker para que le echara un vistazo.
                    El párroco no pudo evitar una risita amarga.

                    —Ahora resulta que he sido yo quien ha levantado la liebre.
                    —A ver, padre, resumamos: desde que reabrieron la iglesia, la arquitecta
               de la Asamblea se ha tirado por una ventana y ha dejado un coche como un
               sello;  han  llovido  animales  muertos,  al  moro  que  vive  aquí  al  lado  se  le

               marchitan las plantas y los pájaros la espichan; el padre Félix se ha quedado
               encerrado de forma misteriosa en una cripta que, por otro lado, usted se niega
               a enseñarnos, como si guardara tabaco de contrabando en ella; un peldaño de
               madera  que  podría  aguantar  un  concierto  de  Falete  se  rompe  y  le  jode  la

               pierna  a  mi  hijo  pequeño,  y  hoy  una  cara  espantosa  tira  al  mayor  de  un
               andamio. No me joda, padre, esto es raro de cojones.
                    —¿No cree en las casualidades?
                    —Cuando las casualidades son una o dos, puede. Pero cuando son tantas,

               huele.
                    —¿Me está diciendo que cree que todo lo que ha pasado aquí tiene origen
               sobrenatural?
                    Fernando Jiménez le dedicó una sonrisa condescendiente.

                    —No  se  cabree  conmigo,  padre,  pero  nos  piramos.  Le  enviaré  una
               cuadrilla que le dejará esto igual de bien que nosotros. No se preocupe, serán
               operarios de primera; yo sigo garantizando la calidad del trabajo. Abdel se
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               queda. Creo que les ha cogido aprecio —añadió, con un guiño.
                    —Tal  vez  sea  el  único  con  suficiente  sentido  común  para  no  creer  en
               fantasmas.
                    —¿Qué  dice?  Está  convencido  de  que  esto  está  más  embrujado  que  el
               Pasaje del Terror, pero a él no le da miedo: afirma que Dios le protege. Yo

               creo que es tan feo el hijo puta que haría salir por patas al mismísimo diablo.




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