Page 246 - La iglesia
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XII


                                      LUNES, 18 DE FEBRERO







               Marisol Rodero.
                    Domingo  completo  de  observación.  Repetición  de  pruebas  de  todo  lo
               habido  y  lo  por  haber,  resultados  negativos.  Sonrisas  nerviosas  de  los

               médicos, que no entendieron la recuperación milagrosa. La medicina no cree
               en milagros, y eso incluye ver levitar a una cría. «Todo está en el cerebro»,
               había comentado el médico que la había atendido en la UCI. Otro añadió que
               el cuerpo humano sigue siendo un misterio. Mientras los médicos daban el
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               último parte a sus padres —ocultándoles el desafío de su hija a la ley de la
               gravedad en bien de la salud mental de todos⁠—, Marisol preguntaba sin parar
               por qué tenía que permanecer en el hospital si se encontraba bien.
                    El doctor firmó el alta el lunes a mediodía.

                                                                        ⁠
                    —Al menor síntoma me la traen de nuevo —les había advertido.
                    Juan  Antonio  estaba  convencido  de  que  no  volverían  al  hospital.  Sus
               pituitarias aún estaban impregnadas del olor a napalm de la victoria.
                    En  casa  les  esperaban  la  abuela,  Carlos  y  Ramón.  Hubo  un  momento

               tenso cuando el perro se acercó a su pequeña ama y la olisqueó, dedicando
               más tiempo de lo habitual a esa operación. Ella se le lanzó al cuello, como de
               costumbre.
                    —¡¡¡Ramón!!! —le saludó.

                    El movimiento frenético de rabo y los lametones confirmaron lo que Juan
               Antonio ya sabía.
                    Habían ganado.
                    Carlos  tardó  un  poco  más  en  volver  a  relajarse  en  presencia  de  su

               hermana. Era normal. Él también formaba parte del pacto de silencio: Marisol
               no recordaba nada de los últimos días, y nadie se los recordaría a ella. Jamás.
               El chico se sintió desafortunado: él tendría que vivir con el recuerdo del terror
               durante el resto de su vida, como sus padres.

                    Esa tarde de alegría y reencuentro tuvo un momento amargo, cuando Juan
               Antonio llamó a Leire Beldas para excusarse por no haber podido asistir al
               entierro de Maite Damiano. Ella le disculpó: sabía que andaban liados con la



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