Page 247 - La iglesia
P. 247

cría en el hospital. Marta no quitó ojo ni oído a su marido mientras hablaba

               con  Leire,  aunque  forzó  una  sonrisa  cuando  pulsó  el  botón  rojo  del
               smartphone. Los dos tendrían que esforzarse un poco para que todo volviera a
               ser como antes. Ella, por lo menos, lo iba a intentar con todas sus fuerzas.
                    La abuela se marchó alrededor de las nueve, y los críos se acostaron sobre

               las diez y media. Juan Antonio y Marta se quedaron solos en el salón, con
               Ramón tumbado cerca de ellos. Ella hizo tintinear dos Alhambra 1925 recién
               sacadas del frigorífico y él las recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
                    —Hay ocho más en la nevera —⁠anunció, con un guiño.

                    —¿Quieres emborracharme para que te cuente qué pasó de verdad en la
               iglesia?
                    Marta abrió las cervezas y le pasó una a su esposo.
                    —Esa  podría  ser  una  de  las  razones.  La  otra  es  que  no  tenemos  que

               trabajar mañana, y los niños están durmiendo.
                    Brindaron con los botellines verdes.
                    —¿Me contarás algún día la verdad?
                    —Puede  que  más  adelante,  cuando  el  tiempo  convierta  esto  en  un

               recuerdo. Fíjate si me gustaría olvidarlo, que hasta he empezado a creerme la
               trola que le contamos a la Policía.
                    Marta se arrimó a él en el sofá y le besó en la boca. Hacía mucho tiempo
               que no besaba así, fundiéndose con su marido, como si pretendiera bebérselo.

                    —Eres un héroe —dijo ella—. Te has jugado todo por nuestra hija, lo has
               puesto todo sobre el tapete y, al final, has vencido. No todos habrían hecho lo
               mismo.
                    —El padre Ernesto, el padre Félix, Saíd, el inspector Hidalgo. Ellos son

               los auténticos héroes. Yo luchaba por Marisol, y ellos arriesgaron sus vidas
                                                                               ⁠
               para acabar con algo que escapa a nuestros sentidos. —Miró de reojo a Marta,
                                                                                     ⁠
               sacudió la cabeza en un gesto cómico y soltó una risotada—. ¡No me sigas
               tirando de la lengua, coño!

                    —Respóndeme a una pregunta y dejo el tema.
                    —Venga, va…
                    —¿Ahora crees en la existencia de Dios?
                    Juan Antonio dio un sorbo a su Alhambra, miró hacia el televisor apagado

               y asintió.
                    —Ahora creo en Dios, sí —respondió⁠—. Lo malo es que ahora sé que no
               está solo.









                                                      Página 247
   242   243   244   245   246   247   248   249   250   251   252