Page 95 - Las ciudades de los muertos
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educado.
               —Me temo que no sé a qué se refiere.
               El padre bajó el tono de su voz. Era evidente que iba a confesarme algo que él

           consideraba importante.
               —Hay  «misioneros»  por  todo  el  país:  católicos,  luteranos,  baptistas,  aunque  la
           mayoría son católicos. Los hay por todas partes en el país.

               No entendía su preocupación.
               —La religión occidental nunca ha tenido una gran influencia en Egipto. ¿Por qué
           le preocupa la competencia ahora?

               —Los tiempos han cambiado, estamos en un nuevo siglo.
               Tenía la ligera sospecha de que iba a empezar con consideraciones místicas, así
           que decidí tomarle ventaja.

               —¿Ha perdido usted muchos fieles por su culpa?
               —No, prácticamente ninguno.

               —Entonces, no comprendo…
               —Vienen aquí y empiezan a llamarnos herejes. Predican que la Biblia copta, la
           única Biblia verdadera, está llena de libros apócrifos, y hablan del fuego del infierno
           con tanto ímpetu que incluso los musulmanes están alarmados.

               —Eso debe de ser algo digno de oír —aquel énfasis suyo me divertía.
               —Además, se están apoderando de nuestro patrimonio —esperé a que continuara,

           ya que tan enigmáticas palabras merecían una explicación, pero el sacerdote se me
           quedó mirando con el semblante serio.
               —Su patrimonio… —insistí.
               —Nuestros antiguos monasterios.

               —¡Oh!  —no  entendía  por  qué  se  preocupaba  tanto.  Los  coptos  no  han
           demostrado nunca demasiado interés por las ruinas que dejaron sus predecesores—.

           Así que han estado realizando excavaciones. ¿Es ése el problema? Quiero decir que
           tal vez puedan encontrar algo de gran valor.
               —No me comprende. No están simplemente…
               Tras un sonoro ronquido, Henry se despertó. En sus ojos había una expresión de

           temor y supuse que habría tenido una pesadilla. Bostezó y se estiró.
               —Tengo tortícolis.

               Le presenté al padre Khalid y, por una vez, Henry no hizo mención de su linaje de
           Pittsburgh. Le estrechó la mano enérgicamente.
               —Es usted el primer sacerdote copto que conozco.

               —Arcipreste —le corrigió, molesto.
               —¡Ah, sí!, arcipreste —en su rostro se reflejaba lo confundido que estaba.
               Intenté introducirlo en nuestra conversación.

               —Estábamos hablando de esos antiguos monasterios que estás tan interesado en




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