Page 97 - Las ciudades de los muertos
P. 97
preocupa el hecho de que haya alguien viviendo en ellos?
—No son personas cualesquiera, señor Carter, sino occidentales —su actitud
había cambiado, y su voz era ahora piadosa—. Esos lugares son sagrados, en ellos
nació y maduró nuestra fe. Nuestros antiguos padres fueron enterrados allí. ¿No lo
comprende? Ir en busca de reliquias y antiguos manuscritos es una cosa, ya que su
hallazgo nos beneficia a todos; pero ir con el solo propósito de predicar una fe
extraña… es una profanación.
Sacerdotes. Cuanto más serios parecen, más ingenuos son. No pude resistir
pinchar un poco más al padre Khalid.
—Sin embargo, pertenecen a la cristiandad.
No quería tragar el anzuelo.
—Ya he hablado bastante ¿Qué asunto les lleva a ustedes a Benhà?
Le cedí la palabra a Henry.
—Queremos empezar un estudio fotográfico de las pirámides. En el futuro,
pretendemos ampliarlo al país entero, a todos sus templos y monumentos.
Sin embargo, el entusiasmo de Henry no hizo mella en Khalid.
—¿Todas las pirámides? —parecía incrédulo.
—Sí —dijo con evidente orgullo.
—Ya veo.
—La pirámide de Atribis será la primera. Luego, nos dirigiremos hacia el sur.
Howard ya tiene casi todo el viaje planeado.
El sacerdote, que había estado escuchando con educación, pareció de pronto
interesado.
—¿Atribis? En esa zona está situado nuestro antiguo monasterio. Tal vez
podamos visitar las ruinas juntos.
Henry sonrió mientras afirmaba que estaría encantado.
—¿Ha ido alguna vez a ver las ruinas? —pregunté.
—No, sólo he estado en Benhà por asuntos de la comunidad, como
comprenderá… —aquello era demasiado para que estuviera tan preocupado por un
antiguo monasterio.
El tren dio una fuerte sacudida y volvió a detenerse. Khalid murmuró una grosería
en voz baja y en árabe. Si Henry la había oído, tampoco podría entender lo que
significaba. La luz se balanceó con fuerza en su soporte y, a continuación, se apagó,
dejándonos a oscuras. Ninguno de nosotros parecía saber cómo reaccionar, pero, al
cabo de un momento, Khalid rompió el silencio.
—¿Tiene alguien una cerilla?
—Yo no, lo siento. ¿Y tú Henry?
—No, yo tampoco.
Con un ligero susurro de sus ropajes, el sacerdote se puso en pie.
www.lectulandia.com - Página 97