Page 102 - Las ciudades de los muertos
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bigote y llevaba una túnica a rayas y sandalias. Pensé que debía de estar
completamente helado.
—El señor Carter, ¿verdad?, el señor Carter, del Servicio de Antigüedades —nos
pusimos de pie mientras se presentaba—. Soy Solimán Aziz Nakideh, pero, por favor,
llámenme Solimán. Los políticos de provincias no merecen demasiadas muestras de
respeto —sonrió, aunque no creía en lo que estaba diciendo.
Le presenté a Henry («de los Larrimer de Pittsburgh», cosa que lo dejó bastante
confuso) y a Khalid.
—¿Le gustaría acompañarnos y beber una copa de su vino con nosotros?
—Naturalmente.
Nos sentamos a la mesa y estuvimos conversando durante un rato de cómo había
ido el viaje, si nos gustaba la ciudad, si pensábamos quedarnos mucho tiempo, y así
sucesivamente.
—He oído decir que los niños están desapareciendo en las ciudades del delta. ¿Ha
habido algún problema aquí?
Pero el caíd eludió el asunto.
—No, aquí no —y cambió rápidamente de tema.
Empezó a llegar la comida: pan, queso, sopa, y descubrimos que estaba deliciosa.
Los días de mercado son los mejores para cenar en una pequeña ciudad. Acabamos de
comer el primer plato antes de que abordara el tema que lo había traído a nuestra
mesa.
—Está usted aquí para investigar el asunto de esos sacerdotes católicos, ¿verdad,
señor Carter?
—¿Investigar? —le hice un gesto a Khalid—. Como puede ver, estoy en buenas
relaciones con los cristianos.
Solimán se rio de mi pequeña broma, pero sin ganas.
—Los cristianos occidentales. El Servicio de Antigüedades lo ha enviado a
investigar sus actividades —era casi una acusación.
Todavía no había tenido la oportunidad de justificar mi viaje, así que aproveché el
momento.
—He venido única y exclusivamente en calidad de guía del señor Larrimer.
Desvió la vista hacia Henry y luego volvió a centrarla en mí.
—Los cristianos han aportado grandes beneficios para Benhà: dinero, trabajo…
Nuestros hombres y jóvenes han sido contratados durante semanas en los trabajos de
la pirámide.
—¿Los trabajos? —Era la primera palabra que decía que captaba mi atención.
Nadie podía realizar excavaciones en Egipto sin el permiso de Maspero y, si el
director hubiera concedido uno para trabajar en Atribis, con toda seguridad me lo
habría mencionado. Además, había insistido para que yo mismo empezara esas
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