Page 104 - Las ciudades de los muertos
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—Por mucho que los católicos lo sobornen, su desgracia será aún mayor.
               —De cualquier modo —continué—, estoy ansioso por llegar a Atribis.
               —¿Mañana? —el sacerdote estaba tan impaciente como yo.

               —Mañana es viernes, es el día de oración para los musulmanes y no vamos a
           poder  alquilar  burros,  a  no  ser  que  conozca  usted  a  algún  cristiano  que  posea
           animales…

               Negó con la cabeza.
               —Benhà es una ciudad musulmana y no hay más que una docena de coptos.
               Henry también parecía impaciente por iniciar la aventura.

               —¿A qué distancia está? ¿No podríamos ir caminando?
               —Está a sólo un par de kilómetros, pero tu equipo es demasiado pesado, Henry.
               —Nos las arreglaremos.

               Aquel «nos» me molestó bastante. El equipo pesaba muchísimo.
               —¿Vendrá con nosotros, padre?

               —Por supuesto. Pasaré a recogerlos a su hostal al alba.




           El padre Khalid se alojaba en el primer hostal que vimos nosotros, aquel que a Henry

           no le había gustado, así que en cierto modo supongo que fue una suerte que no nos
           quedáramos allí.
               Era casi noche cerrada cuando lo dejamos allí y nos dirigimos al nuestro, y, casi al

           instante, Henry propuso dar una vuelta por la ciudad.
               —Ahora  es  una  buena  hora  —sugirió,  alegre—.  La  mayoría  se  habrán  ido  a
           dormir.

               Así que le enseñé la ciudad, lo más importante. Era todo demasiado típico, poco
           pretencioso, ordinario… y lo vimos a la luz de la luna.
               Al llegar a una oscura avenida, un hombre se acercó a nosotros.

               —¿Desean adquirir antigüedades?
               Nos fuimos con él, esperando lo peor. El clima húmedo del delta había destruido
           la mayoría de antigüedades que pudiesen existir. Las ruinas están llenas de humedad,

           muy estropeadas, y las piezas genuinas ya casi no existen. El lugar de negocios de
           aquel hombre era una pequeña casa de arcilla a orillas del río. Encendió una linterna
           y bajo su cálida luz descubrí cinco momias tumbadas en el suelo, envueltas como

           habían sido envueltas las otras y con los cuerpos también deformados. Cinco momias,
           todas de niños y de adolescentes, cinco. Me di la vuelta y salí sin decir palabra. Henry
           me llamó a gritos, confundido y tal vez alarmado por mi comportamiento, pero la

           vista de aquellas momias me había revuelto el estómago.
               No corrió tras de mí y todavía no ha regresado. Ruego por que no haya comprado
           otra momia de esas. No podría desenvolverla, ni siquiera tocarla.

               Me siento enfermo.


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