Page 109 - Las ciudades de los muertos
P. 109
Permanecí así sentado durante un momento. Algo estaba ocurriendo en Egipto.
No sabía qué, pero me daba miedo. Tal vez fuera el nuevo siglo, no sé.
—Howard, allí hay alguien.
Me puse en pie y la intensidad del sol me hizo parpadear un instante. El padre
Khalid había atravesado las ruinas hasta llegar al extremo opuesto, en donde había
dos hombres, aunque desde tan lejos no podíamos distinguir sus rostros. Iban vestidos
de negro, así que serían sacerdotes católicos, los del monasterio. Al poco rato, Khalid
conversaba animadamente con ellos. Iba y venía y agitaba los brazos. Aquellos
hombres parecían tranquilos.
Di media vuelta.
—Dejémoslos. Tenemos un montón de trabajo que hacer.
Henry continuaba observando a Khalid.
—Trabajo, dices…
—Tenemos que fotografiar todo esto y hacer un informe de lo ocurrido aquí, para
enviárselo a Maspero.
—Mira, uno de ellos viene hacia aquí.
—Magnífico —uno de los hombres se había apartado de Khalid y se apresuraba a
acercarse a nosotros. Avanzaba con rapidez e, incluso, en algún momento, se puso a
correr. Cuando estaba a medio camino lo reconocí, o, mejor dicho, la reconocí. Era
Birgit. Llevaba ropa de hombre y se había cortado el pelo muy corto; a cierta
distancia, parecía un hombre joven.
—¡Señor Carter! —repetía mi nombre una y otra vez mientras agitaba los brazos.
Poco después, se reunía con nosotros, sin aliento y con el rostro colorado. Su pelo,
con el nuevo corte, estaba muy despeinado. Jadeaba y sonreía—. Señor Carter.
—¡Birgit! —di unos pasos hacia adelante para saludarla.
Parecía incapaz de recobrar el aliento y me besó impulsivamente.
—No estaba segura de que te alegraras de verme otra vez.
—No seas ridícula. Fuimos buenos amigos en Luxor. ¿Dónde está tu tío?
Henry carraspeó sonoramente.
—¡Oh! Perdona. Ese es el señor Henry Larrimer, de los Larrimer de Pittsburgh —
Henry sonrió, sin hacer caso de mi ironía—. Y ésta es Birgit Schmenkling, la sobrina
del barón Lees-Gottorp. Me parece que ya te conté algo sobre ellos.
—Sí, por supuesto —se estrecharon la mano, sonrientes—. Es un placer
conocerte, Birgit.
—Lo mismo digo, señor Larrimer.
—Llámame Hank.
—Bueno, Hank, me alegro de conocerte.
Birgit continuaba aún sin aliento. Le señalé una roca.
—¿Por qué no te sientas un momento? ¿Ha venido también tu tío? —no tenía
www.lectulandia.com - Página 109