Page 111 - Las ciudades de los muertos
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Birgit sonrió.
               —No  era  difícil.  Continué  comiendo  en  el  hotel,  cargando  los  gastos  a  la
           habitación y, cuando me marché, enviaron la cuenta al barón, a Berlín.

               —¿Quién es el padre Rheinholdt? —insistí.
               —Ese  de  ahí.  Lo  encontré  en  El  Cairo.  Se  alojaba  en  mi  mismo  hotel  y  me
           asediaba  continuamente,  diciéndome  cuan  interesado  estaba  en  conocer  al  barón

           Lees-Gottorp… que ya se había ido.
               Henry se echó a reír. Parecía encontrar el estilo de Birgit muy entretenido.
               —Bueno, una noche se metió en problemas. Había estado predicando en la calle

           de las prostitutas, supongo que con bastante vehemencia. El caso es que las mujeres
           se quejaron de que les estaba alejando a la clientela y llamaron a la policía, que lo
           arrestó por perturbar la paz. Me enteré aquella misma noche, en el hotel, y como era

           un  compatriota  mío  y  me  había  tratado  con  amabilidad…  Para  serle  franca,  señor
           Carter,  me  sentía  sola  y  un  poco  atemorizada,  y  pensé  que  podía  sacarlo  de  la

           prisión…
               »Así  que  me  dirigí  al  lugar  en  que  estaba  preso  y  me  presenté  del  modo  más
           oficial: «Soy fraülein  Birgit  Schmenkling,  amanuense  de  Su  Gracia  el  barón  Rolf
           Lees-Gottorp, del Ejército Imperial del káiser», y así sucesivamente. Improvisé toda

           una  retahíla  de  títulos  bastante  considerable.  Creo  que  el  carcelero  había  estado
           fumando hachís, ya que el recinto apestaba. No sé, el caso es que la trola funcionó y

           conseguí  liberar  al  sacerdote  utilizando  el  nombre  de  Lees-Gottorp  —sonrió
           ampliamente—. Cómo se pondría el barón si lo supiera. Los Lees-Gottorp han sido
           declarados antipapistas desde la Reforma. El padre Rheinholdt dice que lo que hice
           fue muy osado para una mujer en un país musulmán.

               —Es cierto, y tuviste suerte de que el carcelero estuviera atontado por el hachís.
               Se echó a reír.

               —Ahora soy la secretaria de Rheinholdt, ya que necesitaba una. La anterior lo
           abandonó al llegar a El Cairo diciendo que su trabajo era «repugnante». Dios sabe lo
           que querría decir con eso. Tal vez era luterana —sonrió y Henry soltó de nuevo una
           carcajada.

               Mientras hablaba, Birgit había estado observando de vez en cuando por encima
           del  hombro  a  los  dos  sacerdotes,  que  continuaban  hablando.  Se  alejaban,

           presumiblemente, hacia el monasterio. Se puso en pie y se sacudió el barro de sus
           pantalones oscuros.
               —Será mejor que me vaya. Podrían necesitarme. Cuando el copto nos dijo que

           estaba  aquí  con  el  señor  Howard  Carter,  del  Servicio  de  Antigüedades,  pensé  que
           tenía que venir a saludarte.
               —Me  alegro  de  que  lo  hicieras  y  de  ver  que  te  encuentras  bien.  Aunque,

           pensándolo mejor, podríamos ir contigo. Sé manejar al padre Khalid —¡ojalá supiera




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