Page 115 - Las ciudades de los muertos
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—Nada. Sólo he estado aquí unos días. Yo… Me gritó y me dijo que no viniese
           —por primera vez en toda la noche me observó directamente a los ojos—. Me parece
           que tengo miedo de él.

               Henry había estado escuchando sin decir palabra y con su sonrisa característica en
           los labios.
               —¿Por qué no lo dejas?

               Birgit estaba malhumorada.
               —¿E ir adónde? ¿Y hacer qué?
               —Bueno,  yo  necesito  una  secretaria  tanto  como  el  padre  Rheinholdt.  Podrías

           ayudarme  con  las  cámaras,  sostener  las  placas,  tomar  notas  de  las  fotografías  que
           hago… Tenemos trabajo para varias temporadas y podría pagarte bien.
               Birgit estaba confusa. Era obvio que no se esperaba algo como esto. Se volvió

           hacia mí.
               —¿Señor Carter?

               —Bueno, es cierto que habría trabajo suficiente para ti y podrías sernos de gran
           ayuda. Es una buena idea.
               Nos interrumpió la llegada del caíd con una fuente de fruta fresca.
               —Obsequio de la casa.

               Birgit estaba confusa por las atenciones que nos estaba prestando, pero Henry se
           apresuró a explicárselo.

               —Como el padre Rheinholdt, él también creyó que estábamos aquí investigando
           los sucesos de Atribis y se sintió muy aliviado al vernos entrar contigo. Debe tomarlo
           como un signo de que todo va bien.
               Saboreé un pedazo de pera, delicioso.

               —Los sacerdotes no podrían haber hecho lo que hicieron sin su cooperación, y su
           silencio. Supongo que supieron recompensarle con generosidad.

               En algún lugar alejado de la calle empezaron a oírse gritos, y aunque intentamos
           ignorarlos, persistían. Henry estaba muy enojado.
               —¡Maldito restaurante al aire libre!
               —Fuiste tú quien sugirió que viniésemos aquí —sonreí—. Además, cesarán de un

           momento a otro.
               Pero no, los gritos se hicieron cada vez más fuertes y vehementes, hasta que poco

           después era imposible oír otra cosa. Estiré el cuello intentando ver lo que ocurría en
           el extremo de la calle.
               —Parece una manifestación.

               El caíd se acercó corriendo a nuestra mesa, con una expresión de angustia en el
           rostro.
               —Carter bajá, hay disturbios en la mezquita. Por favor, venga enseguida.

               —¿Disturbios? ¿Qué clase de disturbios?




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