Page 105 - Las ciudades de los muertos
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Larrimer regresó bastante tarde, cuando yo estaba ya tumbado en mi cama; gracias a

           Dios, venía con las manos vacías. Era evidente que sospechaba que algo no iba bien,
           algo más importante o tal vez más misterioso de lo que yo había querido admitir, y
           me urgió a que se lo explicara. Me negué a hacerlo, alegando que era sólo la súbita
           visión de las momias lo que me había turbado.

               —Creo que a estas alturas deberías estar ya acostumbrado a ver momias —no iba
           a conformarse fácilmente.

               —No, momias como ésas, no. La mayoría de las momias son de gente que murió
           de muerte natural o, al menos, que la esperaron tranquilamente. Pero ésas… No tengo
           ganas de hablar sobre eso —me di media vuelta, fingiendo que quería dormir.

               El día siguiente amaneció también nublado, pero sin lluvia. El sol brillaba, detrás
           de las nubes, como un pálido espectro de sí mismo. El padre Khalid nos esperaba a
           las seis en punto, listo para emprender la pequeña expedición.

               —Espero que hayan dormido bien.
               —Muy bien —mentí.
               —¿Y usted, señor Larrimer?

               —Fatal. El señor Carter ronca.
               Eso es mentira. El padre Khalid había traído una barra de pan. Nos la comimos,
           cogimos los aparatos fotográficos de Henry y emprendimos la marcha.

               Cuando salimos del hostal, una espesa niebla nos envolvía. El almuecín llamaba a
           los fieles a la única mezquita de la ciudad y su triste canto parecía seguirnos. Dimos
           vueltas  y  más  vueltas,  alejándonos  cada  vez  más,  pero  parecía  estar  siempre  allí,

           emergiendo de la propia tierra, como la niebla. Nos cruzábamos continuamente con
           musulmanes,  que  caminaban  como  sonámbulos,  vestidos  rigurosamente  de  negro.
           Aparecían a través de la niebla y en la misma niebla se desvanecían, sin prestarnos

           atención. Éramos como unas simples rocas en su camino, nada más.
               Henry escuchaba atentamente la llamada.
               —¿Qué dice? ¿Qué significan esas palabras?

               —Cosas poco cristianas —replicó Khalid bruscamente.
               —¿Pero cosas sagradas? —Henry parecía perverso en ocasiones.
               Khalid estaba francamente enojado.

               —¿Ha leído usted el Corán? Está repleto de asesinatos, de sangre. Es un libro
           horroroso.
               —La Biblia también. Observe si no la historia de Agag, o la de Caín, o la de

           Sodoma y Gomorra, por ejemplo.
               —La diferencia es que la Biblia, la Biblia copta, es la verdad —hablaba como un
           auténtico sacerdote.

               Henry se echó a reír, pero pareció pensar que no valía la pena seguir con aquel


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