Page 99 - Las ciudades de los muertos
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para que Egipto deje de estar en manos de ese tipo de sacerdotes como hasta ahora.
—Eres un cínico, Howard.
—En absoluto.
—Entonces, ¿en qué crees?
—Creo en la verdad. El cínico pone en duda todas las cosas con el fin de
encontrar la verdad.
Henry se echó a reír, y eso me irritó considerablemente.
—¿Te ríes de la filosofía griega y me llamas cínico? —le espeté. La noche había
sido larga y agotadora.
—Cálmate, Howard. Sólo me reía porque es la primera vez que te oigo decir algo
que no es puramente práctico y me ha parecido muy impropio de ti.
—Señor, yo me considero una persona ávida de saber —ambos nos echamos a
reír. Por supuesto, tenía razón—. ¿Te apetecía ver el Damieta a la luz de la luna?
Nos acercamos al río. Un enorme buque de carga pasó junto a nosotros en la
oscuridad, rumbo al norte. No había ni rastro de personas en cubierta. Charlamos un
rato mientras caminábamos por la orilla y Henry volvió a sacar a relucir el tema de la
religión. Parecía dispuesto a sonsacarme mis «creencias»; pero yo estaba empeñado
en no continuar discutiendo ese asunto, por razones obvias, así que continué
charlando de cosas sin importancia. De pronto, oímos que la locomotora volvía a
ponerse en marcha y nos apresuramos a regresar a nuestro compartimento. Khalid se
había quedado dormido. Como todavía no había luz, me acerqué al revisor para que
me diera cerillas y, cuando regresé, Henry dormía también profundamente.
Yo estaba completamente desvelado y, por un momento, deseé estar de regreso en
Luxor.
Benhà, en pleno día de mercado, es una ciudad atiborrada, con las calles
infranqueables. Cada palmo del suelo está cubierto de cosas para vender: fruta,
verduras, cerámica, orfebrería, ropa, etc. Henry parecía de nuevo intimidado y,
aunque intenté convencerlo de que los ladrones y traficantes de esclavos sólo
operaban en El Cairo, se negó a salir de la pensión. Vagabundeé por la ciudad a mis
anchas, sonriendo a la gente, comiendo uva fresca y naranjas, manzanas jugosas de
ciudades más al norte, pan y bollos todavía calientes. Me parecía todo maravilloso,
mucho más que los días de mercado en Luxor; ésta última es una ciudad comercial, y
los acuerdos, tratos y regateos están a la orden del día, mientras que aquí todo parece
fiesta.
El tren no llegó a la ciudad hasta después del amanecer. Apenas había podido
dormir más de tres horas, pero no importaba. Sin embargo, Henry parecía
completamente exhausto y había estado durmiendo la mayor parte de la mañana.
Desde la estación, lo conduje a un hostal situado en el extremo norte de la ciudad, el
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