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Relatos y ocurrencias de un pueblo, ALTAGRACIA. | F. V. R.
que ciertamente éste la había popularizado porque él la dio a conocer interpretándola, pero
que no recordaba en ese momento el nombre del verdadero autor de aquella bella y poética
canción, “Moliendo café”.
Fue tal la voz tan alta con que Hiram Mata se expresaba, pidiéndole a Alfredo que
dijera entonces quién era, según él, el autor de dicha canción, que la gente se iba
aglomerando alrededor de ellos, situación que observaba desde un lugar distante Pedro
Bellorín Caraballo, quien se encontraba en el pueblo ultimando detalles para la animación
de un galerón en honor a nuestra patrona Virgen de Altagracia que se transmitiría en horas
de la noche. Pedrito se fue acercando paulatinamente al sitio donde discutían aquellos dos
entrañables amigos y, ya muy cerca de ellos, pidió la palabra con el tono de voz que le
caracteriza, como catedrático indiscutible del micrófono que es, les dijo “si ustedes me lo
permiten yo les puedo aclarar ahorita quién es el verdadero autor de “Moliendo café”,
porque yo de eso si sé”, y al observar que los dos de la polémica guardaron
automáticamente silencio, Pedrito, muy categóricamente, aunque con voz pausada, se
expresó así: -Aunque siempre se ha tenido a Hugo Blanco como el autor de esa bella y
poética canción venezolana, realmente “Moliendo café” pertenece al compositor: Ítalo
Pizzolante”. Allí fue cuando Dimita el de Carmen la de Eustacia, alzando su brazo derecho,
y lanzando un escupitajo hacia el suelo, expresó: -¿Pizzolante, Pizzolante?... sabrá Dios
cómo es esa vaina. Tal ocurrencia de Dimita motivó las naturales risas y carcajadas de los
presentes, pero esto no fue motivo para que Pedrito Bellorín continuara su pedagógica
exposición: -Pizzolante también es el compositor de otra bella canción venezolana que
popularizara nuestro tempranamente fallecido, el bolerista de América y zuliano, Felipe
Pirela, se trata de “Mi Puerto Cabello”; diciendo esto, Pedrito, todo faramallero, extrajo su
perfumado pañuelo y sin quitarle la vista a dos elegantes damas gracitanas que, habiendo
asistido a la solemne misa, se disponían a pasear por las diferentes caminerías de la Plaza
don Miguel Marín; las damas en cuestión lucían sendos trajes estampados con grandes
flores que hacían más elocuentes sus respectivas elegancias, no eran otras que Dolores la de
Serapio González y Rosita la de Chica Rasse.
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