Page 110 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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CIEN AÑOS DE JUVENTUD
                    Lo que pueden enseñarnos los más ancianos



         Muy pocos conocen a alguien que tenga 100 años. Históricamente, llegar a cumplir los 100 era una
         hazaña tan rara que resultaba casi un fenómeno. Una investigación efectuada en la época victoriana
         en el linaje de aristócratas británicos, presumiblemente los miembros mejor alimentados y atendidos
         de  su  sociedad,  no  logró  desenterrar  a  un  solo  par  del  reino  en  los  diez  siglos  precedentes  que
         hubieran llegado a centenarios. El primero fue lord Penrhyn, quien murió en 1967 a los 101 años de
         edad. Hoy en día, en casi todos los países industrializados, de cada diez mil personas hay una que
         cruza  la  marca  del  siglo,  y  esa  proporción  se  está  elevando  a  mayor  celeridad  que  ninguna  otra
         estadística de crecimiento de la población.
            Las personas más ancianas de la actualidad no tienden a ser meros sobrevivientes del azar, sino
         individuos  que  encarnan   actitudes  y  valores  envidiables.  Los  sociólogos  que  estudian  a  los
         centenarios  no  dejan  de  asombrarse  por  su  fuerte  apego  a  la  libertad  y  la  independencia.  Durante
         toda  la  vida,  los  centenarios  tienden  a  evitar  las  restricciones.  Tradicionalmente, la mayoría trabaja
         por  cuenta  propia;  muy  pocos,  entre  los  límites  de  las  empresas  modernas.  Ellos  ponen  un  precio
         muy alto a la autonomía.
            Como   dije  anteriormente,  la  palabra  que  los  investigadores  aplican  a  los  centenarios  con  mayor
         frecuencia  es  «adaptable».  En  determinada  altura  de  la  vida,  todos  ellos  han  sufrido  pérdidas  y
         reveses. Pero, después de llorar la pérdida más grave, como la del cónyuge tras cincuenta o sesenta
         años de matrimonio, esas personas siguieron adelante. Estudiados en grupo, los centenarios tienen
         otras  similitudes  significativas.  En  su  interesante  libro  sobre  la  longevidad,  Prolongevity  II,  Albert
         Rosenfeld hace un informe sobre entrevistas realizadas a 1.200 personas dependientes del subsidio
         social  que  dijeron  tener  100  años  o  más.  «Era  evidente  que,  aunque  estos  individuos  trabajaban
         mucho   y  disfrutaban  del  trabajo,  había  entre  ellos  una  notable  falta  de  grandes  ambiciones.  La
         tendencia había sido a llevar una vida relativamente tranquila e independiente; en general, estaban
         contentos  con  el  trabajo,  la  familia  y  la  religión,  y  tenían  poco  de  que  arrepentirse.  Casi  todos
         expresaban   un  fuerte  deseo  de  vivir  y  una  gran  apreciación  por  las  experiencias  y  los  placeres
         simples de la vida.»
            Si  envejecer  fuera,  simplemente,  una  cuestión  de  desgaste,  cabría  esperar  que  todos  los
         centenarios tuvieran mala salud, atrapados en cuerpos con muchas partes deterioradas. En realidad,
         entre  nuestros  centenarios  hay  buenos  niveles  de  salud;  menos  de  uno  entre  cinco  informan  estar
         incapacitados  o  tan  enfermos  que  requieran  ayuda  para  comer,  caminar,  bañarse,  etcétera.  En  su
         mayoría,  aún  se  mueven  sin  ayuda  (casi  siempre  sin  muletas  ni  bastones),  y  muchos  continúan
         trabajando, al menos en las tareas domésticas y en el cuidado personal.
            Tratar  de  articular  una  «personalidad  longeva»  específica  es  demasiado  constrictivo  para  los
         centenarios; el abuelo benigno, tranquilo y sabio es sólo un tipo entre muchos. También llegan a los
         100 personas egoístas, sarcásticas y antisociales. La hebra común es un sentido de la autosuficiencia
         mucho más profundo que la personalidad. En apoyo de este punto, un estudio realizado en 1973 en
         la  ciudad  de  Nueva  York  entre  79  personas  saludables  mayores  de  87  años,  descubrió  que  casi
         nunca  iban  al  médico,  no  se  les  encontraba  en  hogares  para  enfermos  y  rara  vez  en  instituciones
         geriátricas. El doctor Stephen P. Jewett, psiquiatra que dirigió el estudio de Nueva York, dejó en claro
         que sus sujetos no eran simples sobrevivientes por azar o afortunados receptores de buenos genes.
            Sin duda, las 79 personas estudiadas habían escapado a enfermedades catastróficas, tales como
         el  ataque  cardiaco  y  el  cáncer  en  el  crítico  período  medio  entre  los  45  y  los  65  años  (es  entonces
         cuando tienden a cobrar el mayor diezmo los malos genes, la hipertensión, el colesterol elevado, el
         hábito  de  fumar,  el  alcoholismo  y  otros  factores  negativos).  Pero  los  sujetos  de  Jewett  se  las
         componían para seguir sanos ya avanzada la octava y la novena década de vida; eso indicaba que
         algunos poderosos factores positivos obraban en su favor.
            El estudio de Jewett consideraba la longevidad en términos amplios; la mayoría de los factores que
         halló fueron de tipo subjetivo, relacionados con lo que estas personas pensaban de sí mismas. Por
         comparación,   los  factores  puramente  objetivos  vinculados  con  la  vida  larga  eran  pocos  y  muy
         generales.
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