Page 115 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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               nutritivos varias veces al día. Se trata de requisitos muy básicos, pero, en una sociedad obsesionada
               por  los  alimentos  «buenos» y «malos», que ingiere la mitad de sus comidas en puestos de comida
               rápida  y  presenta  tasas  récord  de  obesidad,  alcoholismo,  trastornos  de  la  alimentación  y  dietas
               instantáneas,  es  difícil  cumplir  con  ellos.  Por  su  evolución,  nuestro  cuerpo  ha  sido  diseñado  para
               ingerir una amplia variedad de alimentos, pero hemos puesto en peligro esa gran adaptabilidad con
               una sobrecarga nutricional.
                  En La  receta  paleolítica, S.  Boyd  Eaton  y  sus  coautores  señalan  que  las  dietas  supuestamente
               primitivas se concentraban mucho más en todas las vitaminas y minerales que las dietas modernas,
               atendiendo mucho menos a las grasas, proteínas, sales, azúcar y calorías. El hombre de la Edad de
               Piedra,  como  casi  todas  las  comunidades  tribales  de  hoy, ingería una dieta escasa en grasas, que
               consistía mayormente en alimentos derivados de las plantas, con algún bocado ocasional de carne o
               pescado.  Como   todos  los  alimentos  eran  frescos  y  tenían  escaso  contenido  de  grasa,  nuestros
               antepasados    evitaban  uno   de  los  principales  peligros  de  las  dietas  modernas:  las  altas
               concentraciones de calorías inútiles. El cuerpo humano fue ideado para comer todo tipo de alimentos,
               pero la Naturaleza proporciona pocos dotados de calorías concentradas.
                  Las nueces, las semillas y las carnes son los alimentos más concentrados que se encuentran en la
               vida  silvestre,  y  constituyen  una  parte  relativamente  pequeña  de  la dieta habitual de casi todas las
               sociedades  tribales.  En  su  mayoría,  los  pueblos  indígenas  deben  consumir  grandes  cantidades  de
               frutas, granos y verduras (hasta tres kilos diarios) a fin de obtener las mismas calorías que nosotros
               obtenemos con un tercio de ese consumo. (Esto explica también la digestión más veloz de las dietas
               indígenas y el mayor volumen de eliminación: hasta dos kilos de heces por día.)
                  Frutas,  verduras  y  cereales  contienen  grandes  cantidades  de  agua  y  fibras  no  digeribles;  por  lo
               tanto, es preciso comer mucho de ellos para extraer calorías que sirvan de combustible al cuerpo. Las
               dietas  indígenas,  además  de  proporcionar  suficiente  fibra  a  los  intestinos,  tienen  el  beneficio  de
               concentrar  las  vitaminas:  un  puñado  de  verduras  silvestres  puede  contener  toda  la  vitamina  C
               necesaria  para  un  día  (de  50  a  60  mg),  con  menos  de  diez  calorías;  en  cambio,  una  tostada,  una
               rosquilla, un plato de cereales, café y un vaso de leche satisfacen sólo el 4 por ciento de la vitamina C
               requerida para el día con quinientas calorías. Como fuente de vitamina C, las verduras silvestres son
               1.250 veces más efectivas por caloría. Por contraste, casi todos los alimentos elaborados contienen
               grandes dosis de sal y azúcar, junto con proporciones de grasa sumamente altas.
                  Aunque   la  dieta  no  era  una  característica  distinguida  de  los  centenarios,  la  alimentación
               inadecuada se vincula claramente con la enfermedad y el envejecimiento prematuro. Las estadísticas
               más recientes indican que la dieta estadounidense típica contiene un 40 por ciento de grasa, 65 kilos
               de azúcar blanco por año y de tres a cinco veces más sal de la que el cuerpo necesita. No puede ser
               coincidencia que el 86 por ciento de los estadounidenses mayores de 65 años sufran de uno o más
               trastornos  degenerativos,   tales  como  enfermedades     cardiacas,  cáncer,  artritis,  diabetes  y
               osteoporosis. Aunque desde hace tiempo se considera que éstas son enfermedades de la vejez, aho-
               ra las vemos más adecuadamente como enfermedades de un estilo de vida; hay señales alarmantes
               de  que  estos  mismos  trastornos  se  presentan  en  personas  menores  de  50  años  y  hasta  en  niños
               pequeños.
                  Si los miembros de sociedades primitivas y tribales sobreviven a las enfermedades de la niñez y
               escapan de los accidentes (las dos causas principales de muerte prematura en la vida salvaje), gozan
               de constituciones fuertes y saludables durante toda la vida. Por contraste, nuestro estilo de vida mo-
               derno  crea  las  bases  para  el  cáncer  y  los  trastornos  cardiacos  en  todos  los  grupos  de edad. Hace
               cien años, cuando los norteamericanos ingerían mucha menos grasa y alimentos elaborados, mucha
               más fibra y sólo una fracción de nuestro consumo de azúcar blanco, la incidencia de enfermedades
               crónicas era también proporcionalmente menor. Vale la pena volver a una dieta más natural, dadas
               todas las evidencias.
                  Asociada con la dieta está la cuestión del alcohol, que tiene sus propias ambigüedades. Por varias
               décadas,  los  estudios  de  población  realizados  en  Europa  han  indicado  que  quienes  beben  una
               moderada cantidad de vino (sólo una o dos copas al día) presentan tasas de ataques cardiacos más
               bajas que los grandes bebedores y los abstemios. El mecanismo exacto es objeto de debate, pero se
               sabe que el alcohol eleva los índices de HDL (lipoproteínas de alta densidad, el colesterol «bueno») y
               dilata  los  vasos  sanguíneos,  con  lo  cual  se  reduce  la  presión  sanguínea.  También  anula  las
               inhibiciones emocionales, contrarrestando quizá la tendencia a acumular tensiones emocionales.
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