Page 116 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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            Contra  esto  debemos  sopesar,  empero,  algunos  efectos  muy  negativos.  El  alcoholismo  es  un
         grave  problema  social,  y  el  alcohol,  como  elemento  químico,  es  tóxico  para  las  células  cerebrales;
         deshidrata los intestinos y puede revertir la asimilación de elementos nutritivos vitales, sobre todo en
         los  ancianos.  Hay  diversos  tipos  de  cáncer  y  defectos  de  nacimiento  que  se  han  asociado  con  la
         costumbre de beber, aunque sea moderadamente, por no mencionar la amplia variedad de trastornos
         que afecta a los alcohólicos. Si consultamos el estudio de Jewett sobre octogenarios y nonagenarios
         que envejecieron bien, el hecho de que los sujetos presentaran amplias variaciones en sus hábitos de
         bebida sugiere que el alcohol, por sí, no es un factor definitivo. La única implicación clara es que los
         alcohólicos  centenarios  son  muy  pocos,  si  acaso  existen:  murieron  a  edad  mucho  más  temprana.
         Pese a la menor incidencia de enfermedades cardiacas, que es el mayor aporte del alcohol a la salud,
         no hay pruebas de que el beber aumente significativamente la duración de la vida.

            La longevidad como meta

         Si resumimos los hallazgos físicos del estudio de Jewett, descubrimos que sus sujetos mantenían un
         peso estable, comían moderadamente y se mantenían activos durante toda la vida. Obviamente, no
         bastan estos factores para explicar la longevidad. Millones de personas tienen esos mismos hábitos y
         no llegan a edad tan avanzada. Son los factores psicológicos del perfil de Jewett los que diferencian
         más   claramente   a  estos  sujetos.  Su  optimismo,  la  falta  de  preocupaciones,  la  adaptabilidad
         emocional, la capacidad de disfrutar y el amor a la autonomía, todo eso indica un alto grado de salud
         psicológica.  El  hecho  de  que  tuvieran  una  inteligencia  superior  a  la  media  también  se  correlaciona
         bien  con  estudios  similares;  una  inteligencia  superior  facilita  el  conservar  la  buena  salud,  ganar  un
         ingreso estable y resolver los problemas personales.
            En el otro extremo, es frecuente que las personas de poca inteligencia no puedan aprovechar los
         consejos de libros y artículos sobre salud y alimentación; caen más fácilmente en grupos de ingresos
         bajos  que no pueden pagar viviendas, alimentos y atención médica de buena calidad. Además, las
         personas   pobres  y  no  instruidas  presentan  el  mayor  consumo  de  cigarrillos,  que  son  potentes  en
         cuanto a acortar la vida.
            Cabe preguntarse si la longevidad pertenece sólo a quienes tienen la suerte de nacer con ciertas
         ventajas. Las personas psicológicamente saludables tienden a provenir de familias psicológicamente
         saludables; los padres que cuentan con instrucción superior y buenos ingresos tienden a dar mejor
         educación a sus hijos, que a su vez pasan a ganar mejores salarios. No caben dudas de que esas
         ventajas son muy útiles. En un estudio breve, pero muy sugerente, realizado en 1970, el psiquiatra
         Eric  Pfeiffer  tomó  a  34  hombres  y  mujeres,  sexagenarios  avanzados,  calificados  como  el grupo de
         mejor envejecimiento por el Estudio de Longevidad de la Universidad de Duke, uno de los principales
         proyectos de su especie. Cuando comparó a estos logrados ancianos con 34 hombres y mujeres que
         presentaban   el  peor  envejecimiento,  Pfeiffer  descubrió  una  significativa  diferencia  en  cuanto  a  la
         longevidad.  Los  hombres  de  mejor envejecimiento sobrevivieron, en término medio, 14,8 años más
         que los de peor envejecimiento; las mujeres estaban separadas por una diferencia algo menor: 13,8
         años. Esta diferencia no se debía a un solo factor, sino «antes bien, a una constelación de factores
         biológicos,  psicológicos  y  sociales,  resultantes  en  lo  que  se  podría  calificar como estatus de élite»,
         según escribía Pfeiffer.
            Las características de este estatus de élite eran las siguientes:

                                                       HOMBRES

             1. Estado  financiero:  El  70  por  ciento  de  los  hombres  longevos  calificaban  su  estado  como
                 desahogado. El 80 por ciento de los de corta vida dijo ser pobre.
             2. Autopercepción de la salud al envejecer: El 75 por ciento de los longevos dijo que su salud era
                 igual o mejor que a los 55 años. El 80 por ciento de los de corta vida dijo que su salud había
                 empeorado.
             3. Funcionamiento   físico  (autoevaluado):  El  63  por  ciento  de  los  longevos  decían  no  tener
                 trastornos  o,  a  lo  sumo, incapacidades leves. El 60 por ciento de los de corta vida caían en
                 una categoría del 20 por ciento de incapacidad a la invalidez total.
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