Page 107 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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CUARTA PARTE
La ciencia de la longevidad
No conozco a Belle Odom. pero estoy contemplando su foto en el diario de la mañana. Es una
anciana diminuta y sonriente, que agita un pañuelo con volantes de encaje. Belle está en el diario
porque ha alcanzado la notable edad de 109 años. Pese a ser más vieja que varios Estados de la
Unión, sus ojos lucen claros y alerta; el artículo dice que tiene la mente despierta, más que muchos
de los residentes más jóvenes del hogar geriátrico en el que vive.
Imagino el alboroto que todos armaron alrededor de Belle, preparándola para su momento de
celebridad. Se la ve sentada, con un alegre vestido de abuela, con estampado de flores rosas y
ancho cuello de encaje, sin duda comprado para la ocasión. El artículo despliega algunas estadísticas
sobre los que llegan a centenarios:
El 80 por ciento de todos los centenarios son mujeres.
El 75 por ciento ha enviudado.
El 50 por ciento está en residencias geriátricas.
El 16 por ciento es de raza negra (la población general comprende sólo a un 12 por ciento de
negros).
Esta última cifra viene al caso porque Belle es una mujer de raza negra, nacida y criada en el recio
territorio agrícola de Texas. Hasta cumplir los 100 vivía sola en una cabaña sin agua corriente; ahora
es la interna estelar de una residencia geriátrica de Houston. No se hace ninguna mención a su es-
tado de salud, pero es probable que sea frágil: cuando se llega a los límites de la longevidad humana,
la vida parpadea como un cirio sin despabilar.
Con sus 109 años, Belle ha pasado mucho más allá de la probabilidad biológica hacia una
supervivencia misteriosa e incierta. La longevidad encierra un acertijo, pues la ciencia aún no puede
prever quién llegará a una ancianidad extrema. La genética no tiene toda la respuesta: no se tienen
noticias de ningún centenario cuyo progenitor haya llegado a cumplir los 100 años. El estilo de vida
también es problemático; una persona como Be-He, criada con una dieta marginal y sometida a
extenuantes trabajos físicos, ha tenido una forma de vida horrenda para las costumbres modernas;
sin embargo, ha sobrevivido a un 99,999 por ciento de su generación, incluidos aquellos que vivieron
en circunstancias mucho mejores. Oficialmente, el sobreviviente más viejo de la historia
norteamericana fue Delina Filkins, una campesina del condado de Herkimer, Nueva York, que murió
en 1928 a los 113 años. (Con frecuencia se menciona, extraoficialmente, a personas que han
alcanzado edades mucho más elevadas, y es muy posible que algún individuo anónimo haya
sobrevivido 115 años o más.) Belle aún no está cerca del récord, pero el solo hecho de competir la
coloca en la élite de la longevidad.
—¿Se siente sola? —le pregunta un periodista.
—Sí, a veces sí —responde Belle.
Los muy ancianos están inevitablemente solos, pues han dejado muy atrás a la familia y a los
amigos con quienes iniciaron el viaje de la vida. En este aspecto, el caso de Belle es típico. Ha
sepultado a tres esposos y siete hermanos, un varón y seis mujeres. (Diferenciándose de la mayoría
de las mujeres de su generación, Belle no tuvo hijos.) Hasta sus sobrinas son ya demasiado ancianas
para ocuparse de ella.
Se dice que en una típica temporada de escalada del monte Everest, una media de 64 escaladores
llegan al campamento base; de este número, que es una diminuta fracción de los montañeros
capacitados del mundo, un tercio intenta el asalto final a la cumbre. Dos escaladores perecerán en el
intento y sólo cuatro la alcanzarán. Belle Odom es como uno de esos cuatro escaladores que están
de pie a diez metros de la cima de la longevidad humana, exhaustos, apenas capaces de dar un paso
más, pero allí presentes.
En las próximas décadas la cumbre de la montaña se verá mucho más atestada. A no ser por un