Page 43 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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Edad psicológica: la que tienes según te sientes.
Sólo la primera de éstas es fija, pero la edad cronológica es también la menos confiable de las
tres. Una persona de 50 años puede estar casi tan sana como cuando tenía 25; otra, en cambio,
puede tener ya un cuerpo de 60 y hasta de 70 años. Para saber realmente qué edad tienes, se pone
en juego la segunda medida: la edad biológica, que te dice cómo ha afectado el tiempo a tus órganos
y tejidos comparándolos con otras personas de tu misma edad cronológica.
Sin embargo, el tiempo no afecta al cuerpo de modo uniforme; prácticamente, cada célula, tejido y
órgano envejece a su propio ritmo, lo cual torna a la edad biológica mucho más compleja que la
cronológica. Un corredor de maratones de edad madura puede tener los músculos de las piernas, el
corazón y los pulmones de alguien dos veces más joven, pero las rodillas y los riñones pueden haber
envejecido rápidamente debido al exceso de tensión; su vista y su oído podrían estar declinando por
sus propios senderos idiosincráticos. Con el correr de los años te vuelves único. A los 20 años,
cuando llegan a su punto máximo el desarrollo muscular, los reflejos, el impulso sexual y muchas
otras funciones primarias, la mayoría de nosotros somos parecidos a los ojos de los fisiólogos. En la
juventud, el corazón, el cerebro, los riñones y los pulmones exhiben siempre un color y una firmeza
saludables; escasean o no existen evidencias de tejidos mal formados, enfermos o moribundos. Pero
hacia los 70 años no hay dos cuerpos parecidos, siquiera remotamente. A esa edad tu cuerpo será
distinto de todos los cuerpos del mundo; los cambios de la edad reflejarán el carácter único de tu
vida.
La edad biológica también tiene sus límites como herramienta de medición. El proceso de
envejecimiento, considerado puramente como biológico, avanza a paso tan lento que sus efectos
fatales rara vez alcanzan a los de enfermedades más veloces. Casi todos los órganos críticos pueden
funcionar bien a un 30 por ciento de su máxima capacidad. Por lo tanto, si a partir de los 30 años el
cuerpo disminuye su funcionamiento a razón del 1 por ciento anual, se requerirían setenta años,
hasta cumplir los 100, para que la vejez en sí amenazara a un órgano en especial con el agotamiento
inminente. Pero las influencias sociales y psicológicas están siempre activas, el estilo de vida nos
somete a diversas condiciones y las diferencias en nuestra manera de envejecer se presentan a edad
mucho más temprana.
Dos hombres que hayan sufrido una trombosis cerebral, con 50 años de edad y en idénticas
condiciones médicas, pueden y suelen presentar resultados muy diferentes. Uno se recupera muy
pronto del ataque, responde bien a la terapia física y recupera con facilidad el habla y el movimiento,
hasta volver a la vida normal. El otro puede responder escasamente al tratamiento, quedar abrumado
por la depresión y renunciar a toda actividad; en poco tiempo puede envejecer y morir. El factor
determinante es la edad psicológica, la más personal y misteriosa de las tres mediciones, pero la que
ofrece más posibilidades de revertir el proceso de envejecimiento.
Se sabe que la edad biológica es variable; el ejercicio físico regular, por ejemplo, puede revertir
diez de los efectos más típicos de la edad biológica, incluida la alta presión sanguínea, el exceso de
grasa, un nivel de azúcar inadecuado y la reducción de la masa muscular.
Los gerontólogos han descubierto que, cuando un anciano acepta adoptar un mejor estilo de vida
cambiando sus hábitos, la expectativa de vida aumenta en un promedio de diez años. Por lo tanto, la
flecha del tiempo puede avanzar velozmente o con lentitud, detenerse en su trayectoria y hasta girar
en redondo. El cuerpo se torna biológicamente más joven o más viejo según cómo lo tratemos.
Sin embargo, aún es más flexible la tercera edad, la psicológica. Como la edad biológica, la
psicológica es completamente personal; no hay dos personas que tengan exactamente la misma
edad psicológica, porque no hay dos personas que compartan las mismas experiencias. Escuchemos
la voz de Anna Lundgren, de 101 años, quien hizo en su niñez una observación muy importante que
influiría en su manera de envejecer en los ochenta o noventa años siguientes:
«Allá en Noruega, cuando era pequeña, la gente que llegaba a los 55, a los 65 años, se pasaban
todo el tiempo sentados. Yo nunca me sentí tan vieja. Eso sí que es ser viejo. Hoy mismo no me
siento así de vieja.»
La edad que sientes en ti no tiene límites y se puede revertir en una fracción de segundo. Una
anciana, al recordar su primer amor, parece de pronto haber vuelto a tener 18 años; un hombre
maduro se entera de que ha muerto su amada esposa y se marchita en solitaria senectud en cuestión
de semanas.