Page 40 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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         medicina, a la que le cuesta muchísimo prever y tratar muchas de las principales dolencias asociadas
         con la vejez. Dos mujeres jóvenes pueden ingerir la misma cantidad de calcio y presentar niveles de
         hormonas   igualmente  saludables;  sin  embargo,  después  de  la  menopausia  una  desarrollará  una
         osteoporosis  invalidante;  la  otra,  no.  Dos  hermanos  gemelos  de  genes  idénticos  pueden  tener
         historias  médicas  notablemente  similares  durante  toda  la  vida,  pero  uno  enfermará  de  Alzheimer,
         artritis o cáncer. Dos de las dolencias más comunes en la ancianidad, la alta presión arterial y el co-
         lesterol elevado, son igualmente imprevisibles.
            El cuerpo en envejecimiento se niega a comportarse según las leyes y reglas de la mecánica.
            Tras décadas de intensa investigación, no hay ninguna teoría adecuada sobre el envejecimiento
         humano.   Hasta  nuestros  intentos  de  explicar  cómo  envejecen  los  animales  han  originado  más  de
         trescientas  teorías  diferentes,  muchas  de  ellas  contradictorias.  Las  ideas  que  teníamos  sobre  el
         envejecimiento han sufrido drásticas modificaciones en las dos últimas décadas. A principios de los
         años   setenta,  los  médicos  comenzaron  a  observar  que  el  cuerpo  de  algunos  sexagenarios  y
         septuagenarios aún funcionaba con el vigor y la salud de la edad madura. Eran personas que comían
         con sensatez y cuidaban el físico. En su mayoría no fumaban; habían abandonado el hábito tras las
         primeras advertencias del cirujano general sobre el cáncer de pulmón a principios de la década de los
         sesenta.  Nunca   habían  sufrido  ataques  cardiacos.  Aunque  presentaban  algunas  de  las  señales
         aceptadas   de  la  vejez  (alta  presión  sanguínea,  colesterol  y  tendencia  a  incorporar  grasas,  a  la
         presbicia y a no percibir los sonidos de altas vibraciones) estas personas no tenían nada de ancianos.
         Había nacido lo que se dio en llamar «la nueva vejez».
            La  «antigua  vejez»  se  caracterizaba  por  decaimientos  irreversibles  en  todos  los  frentes:  en  el
         físico,  el  mental  y  el  social.  Por  incontables  siglos  la  gente  daba  por  sentado  que  llegaría  a  la
         ancianidad  (si  acaso  llegaba)  débil,  senil,  socialmente  inútil,  enfermo  y  pobre.  Para  reforzar  estas
         sombrías   expectativas  había  hechos  lúgubres:  antes  del  siglo  xx,  sólo  una  entre  diez  personas
         llegaba a los 65 años.
            Por siglos enteros, en el pasado, el cuerpo humano estuvo expuesto a la influencia asesina' de un
         ambiente   duro:  alimentación  inadecuada,  trabajos  físicos  a  lo  largo  de  toda  la  vida  y  epidemias
         indominables   creaban  condiciones  que  aceleraban  el  envejecimiento.  Si  hojeamos  los  relatos  de
         inmigrantes que llegaron al país a principios de siglo, algunas de sus fotografías nos horrorizarán. Las
         mujeres de 40 años están ojerosas y demacradas, literalmente como si tuvieran 70 mal llevados. Hay
         muchachos adolescentes que parecen hombres maduros muy castigados. Bajo el bisturí del cirujano,
         los  corazones,  pulmones,  riñones  e  hígados  de  esas  personas  habrían  sido  idénticos  a  los de una
         persona   moderna   que  los  doblara  en  edad.  El  envejecimiento  es  la  respuesta  del  cuerpo  a  las
         condiciones que se le imponen, tanto por dentro como por fuera. Las arenas de la edad se mueven
         bajo nuestros pies, adaptándose a nuestro modo de vivir y de ser.
            La  nueva  vejez  apareció  en  escena  pasado  medio  siglo  de  condiciones  de  vida  mejoradas  e
         intensos avances médicos. La media de vida del estadounidense, que en 1900 era de 49 años, saltó
         en 1990 a 75. Para poner en perspectiva este enorme aumento, los años de vida que hemos ganado
         en menos de un siglo equivalen a la duración total de la vida que tuvieron los individuos durante más
         de cuatro mil años: desde tiempos prehistóricos hasta el alba de la Revolución Industrial, la media de
         vida se mantuvo por debajo de 45 años. Sólo el 10 por ciento de la población general solía llegar a los
         65. Hoy, en cambio, el 80 por ciento de la población alcanza cuanto menos esa edad.

            El misterio del envejecimiento

         Pese   a  esta  prueba  de  que  el  envejecimiento  es  un  fenómeno  fluido  y  cambiante,  aún  nos
         encontramos   operando   bajo  la  creencia  de  que  se  lo  puede  considerar  estrictamente  un  proceso
         biológico. Cuando observas tu cuerpo y reparas en lo mucho que ha cambiado físicamente desde que
         eras joven, el envejecimiento parece un fenómeno obvio. En realidad está muy lejos de serlo.
            Hace veinte años, en mis tiempos de joven interno, trabajaba en un vasto y horrible hospital para
         veteranos  en  las  afueras  de  Boston.  En  un  día  típico  examinaba  a  decenas  de  pacientes,  en  su
         mayoría  viejos  soldados  que  habían  combatido  en  dos  guerras  mundiales.  Los  años  transcurridos
         habían cobrado un diezmo demasiado obvio. Aun con los ojos cerrados, el sonido y el tacto de esos
         cuerpos eran inconfundibles. Les temblaban las manos cuando yo les tomaba el pulso; sus pulmones
         silbaban  bajo  el  estetoscopio.  El  enérgico  bum-bum  de  los  corazones  jóvenes  había  dado  paso  a
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