Page 51 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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                  La tercera perspectiva era la de Eric Pfeiffer, psiquiatra de Duke que, durante muchos años, fue
               director de un estudio de larga duración de ancianos estadounidenses. En coincidencia con los dos
               trabajos anteriores, Pfeiffer señaló que utilizar a pleno la capacidad física y mental era el mejor modo
               de  envejecer  bien.  La  gente  que  envejece  con  éxito,  según  descubrió,  es  la  que  «no  abandona  el
               entrenamiento»   durante  toda  la  vida  adulta  en  tres  aspectos  principales:  actividad  física,  actividad
               psicológica  e  intelectual  y  relaciones  sociales.  Si  traducimos  todos  estos  hallazgos  a  términos
               mayores, emerge un perfil de personas que envejecen bien en el plano psicológico y, por lo tanto, en
               el biológico.
                  Envejecer es algo que ocurre en la mente; por lo tanto, tiene en los humanos variaciones únicas.
               Después de veinte años, cualquier perro es un perro viejo; al cabo de tres, cualquier ratón es un ratón
               viejo; después de cien, cualquier ballena azul es una ballena azul muy vieja. En todas estas bestias,
               la edad biológica es la única cifra que cuenta. Sin embargo, todo el mundo conoce a alguien que es
               joven  a  los  80  y  a  otros  que  parecen  viejos  a  los 25 años. Sir Francis Bacon, el gran renacentista,
               tenía una cáustica opinión de los ancianos «que tienen demasiadas objeciones, deliberan demasiado
               tiempo, se aventuran demasiado poco y se arrepienten demasiado pronto». Ése es el tipo de vejez
               que  todo  el  mundo  quiere  evitar.  Por  suerte,  en  nuestra constitución física no hay nada que nos la
               imponga. Si no quieres envejecer, puedes decidir no hacerlo.
                  Belinda, una paciente mía que ha cumplido los 80 años, es el producto de largos inviernos de New
               Hampshire y cultivos en suelos rocosos. Se crió con padres que no tenían tiempo para envejecer y
               que llevaron una vida activa aun siendo octogenarios. Enseñaron a su hija a valorar cualidades inte-
               riores tales como la confianza en sí misma y en otros, la fe, la honradez y la dedicación a la familia.
               Belinda  ha  escapado   a  muchas   miserias  típicas  de  la  ancianidad.  No  toma  drogas  para  la
               hipertensión,  como  el  50  por  ciento  de  los  ancianos  (muchos  que  no  las  toman  deberían  hacerlo,
               pues desde que se mejoraron los diuréticos, los medicamentos para la presión despiertan disgusto y
               suelen ser evitados); no ha tenido la menor trombosis, cerebral ni cardiaca, y no presenta señales de
               diabetes.
                  Yo,  su  médico,  no  creo  que  nada  de  esto  se  deba  a  la  casualidad.  Hoy  es  la  juventud  de  tu
               ancianidad;  lo  que  haces  hoy afecta a un resultado que se presentará dentro de treinta o cuarenta
               años. La buena salud de Belinda es resultado directo de su estilo de vida en los tiempos en que aún
               no había aparecido la primera arruga. Esto queda médicamente confirmado por las pruebas de que
               enfermedades   de  la  vejez,  tales  como  la  hipertensión,  las  dolencias  cardiacas  y  la  arteriosclerosis,
               surgen de microscópicas alteraciones de nuestros tejidos que se inician ya a los diez años, cuando no
               antes.
                  —¿Por qué cree usted que ha envejecido tan bien? —pregunté cierta vez a Belinda.
                  —No me metí en problemas —me espetó— y trabajé mucho todos los días de mi vida.
                  Muchos ancianos tienen un secreto de longevidad. La fe de Belinda en el trabajo duro es algo que
               muchos comparten, pero en verdad casi todos esos «secretos» se reducen a invisibles rasgos en la
               conciencia de la persona.
                  Algunos  individuos  se  nutren  en  el  nivel  más  básico  de  su  conciencia;  otros,  no.  En  términos
               puramente   físicos,  la  vida  de  Belinda,  dedicada  al  pesado  trabajo  agrícola,  bajo  el  sol  y  la  lluvia,
               soportando  el  inclemente  clima  de  Nueva Inglaterra, podría fácilmente haberla envejecido antes de
               tiempo.  El  trabajo  duro  desgasta  a  algunas  personas,  mientras  que  a  otras  las  hace  florecer.  La
               diferencia  radica  en  complejos  factores  psicológicos  y  sociales  a  los  que  el  cuerpo  responde
               constantemente. Necesitamos estudiar con más profundidad estos aspectos para que las tres edades
               del hombre (cronológica, biológica y psicológica) formen un cuadro coherente.

                  La conciencia como efecto de campo

               Como gran parte de nuestra programación interna es inconsciente, pasamos por alto el hecho de que
               la  más   poderosa   influencia  que  podemos    ejercer  sobre  nuestro  envejecimiento   proviene,
               simplemente,   de  nuestra  conciencia.  Para  obtener  control  sobre  el  proceso  de  envejecimiento,
               primero debemos tener conciencia de él, y no hay dos personas que compartan la misma conciencia.
               Lo que está fuera de nuestra conciencia no se puede controlar, obviamente, y como el envejecimiento
               es  un  proceso  tan  lento,  permanece  fuera  de  la  conciencia  de  la  mayoría,  salvo  en  esos  aislados
               momentos de captación en que comprendemos que se nos escapa la juventud: algo nos sacude la
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