Page 80 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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         carácter  especial,  sino  porque  «estuvo  antes  de  que  comenzaran  todos  los  problemas».  En  Age
         Wave («La   ola  de  la  edad»),  un  penetrante  libro  sobre  el  envejecimiento  en  Estados  Unidos,  Ken
         Dychtwald cita una tarjeta de cumpleaños que dice:
            (ANVERSO) NO te sientas viejo. Tenemos un amigo de tu edad...
            (REVERSO)...y en sus días buenos todavía puede comer solo.
            Este tipo de humor negro provoca risas porque pone al descubierto sólo un poquito de la aflicción
         que  podría  ser  abrumadora  si  la  enfrentáramos  en  su  totalidad.  Pero  el  chiste,  sea  divertido  o
         morboso,   encierra  una  queja  que  otra  tarjeta  de  cumpleaños  expresa  con  desnudez:  «Acabas  de
         cumplir  los  treinta  años.  Por  el  resto  de  tu vida no volverás a divertirte.» Lo que este mensaje dice
         directamente es que el envejecer despierta un profundo resentimiento; lo que deja sin decir es que no
         podemos hacer nada por evitarlo.
            El triste hecho es que nuestra sociedad, al carecer de buenos modelos de ancianidad, ha cargado
         la palabra misma con capas de prejuicio.
            Dychtwald detalla las implicaciones de considerar lo viejo y lo joven como polos opuestos:

            ·  Si lo joven es bueno, lo viejo debe de ser malo.
            ·  Si los jóvenes lo tienen todo, los viejos deben de estar perdiéndolo.
            ·  Si lo joven es creativo y dinámico, lo viejo debe de ser tonto y serio.
            ·  Si lo joven es hermoso, lo viejo debe de ser feo.
            ·  Si ser joven es excitante, ser viejo debe de ser aburrido.
            ·  Si los jóvenes están llenos de pasión, los viejos deben de ser indiferentes.

            ·  Si los niños son nuestro mañana, los viejos deben de ser nuestro ayer.

            La  típica  manera  estadounidense  de  manejar  esta  polaridad  es  fijarse  en  ser  jóvenes  para
         siempre. Las páginas de las revistas y las pantallas de televisión están llenas de cuerpos jóvenes y
         hermosos. A juzgar por la publicidad masiva, Estados Unidos es un paraíso habitado por menores de
         30 años, de piel perpetuamente bronceada, músculos esbeltos y sonrisas de éxtasis. Pero la imagen
         de Estados Unidos como el país de la eterna juventud está en grave desacuerdo con la realidad: en
         julio de 1983 había en esta nación más personas mayores de 65 años que adolescentes; eso significa
         que, oficialmente, dejamos de ser jóvenes hace una década.
            Es difícil reconciliar este hecho con un sistema de valores en que las palabras «joven» y «viejo»
         están polarizadas, y el polo positivo es la juventud. Elevar la juventud como ideal de vida es un lado
         de la moneda; el otro es la negativa de que la ancianidad existe. En televisión, sólo el 3 por ciento de
         los  personajes  tienen  más  de  65  años,  contra  el  16 de la población en general. Rara vez se usa a
         ancianos  como   modelos  de  publicidad.  En  sociedad  se  considera  de  mala  educación  preguntar  su
         edad a alguien; entre quienes responden, muchos sustraerán unos cuantos años (a diferencia de lo
         que ocurre en China y en otros países, donde se valora la ancianidad; allí la gente tiende a agregarse
         unos cuantos años).
            Dychtwald   señala  que,  aunque  ahora  los  mayores  de  65  años  entran  en  la  madurez  más
         saludables que nunca, «la imagen de los jóvenes como gente vigorosa, potente y atractiva aún tiene
         su  sombra   en  una  imagen  de  los  mayores  como  incompetentes,  inflexibles,  atados  al  pasado,
         asexuados,   no  creativos,  pobres,  enfermos  y  lentos».  Para  quien  acepte  que  estos  términos
         degradantes tienen aplicación a la ancianidad, su poder atributivo es tan fuerte como los de la niñez,
         que  nos  hacen  sentir  culpables,  avergonzados  e  indignos  durante  vanos  años  posteriores.  Las
         palabras son más que símbolos; son los activadores de la información biológica. Si estudiamos esto
         con atención, la palabra «joven» es el código de muchas cosas que, en realidad, no tienen nada que
         ver  con  la  juventud.  Los  porcentajes  más  elevados  de  crímenes,  abuso  de  drogas,  alcoholismo,
         suicidio, esquizofrenia y disturbios sociales se presentan entre los jóvenes. Sin embargo, la juventud
         es un ideal simbólico al que casi todo el mundo responde positivamente.
            Si  lo  deseáramos,  podríamos  transferir  el  mismo  valor  positivo  a  la  ancianidad.  Un  versículo  del
         Antiguo Testamento que se remonta a los tiempos del reinado de Salomón declara:

                                   La alegría del corazón es la vida para un hombre,
                                        el gozo es lo que le da longitud de días.
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