Page 75 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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terminar ese tiempo descubrió, estupefacto, que todos sus sujetos, cualquiera que fuese su estado
físico previo, sufrían una disminución en su capacidad aeróbica igual a veinte años de
envejecimiento.
Fue un hallazgo asombroso, pero la parte más fascinante es que, cuando se permitió a cada sujeto
levantarse de la cama durante cinco minutos al día, se evitó casi toda la pérdida de función. No era
necesario moverse ni utilizar los músculos de modo alguno. La simple exposición a una fuerza
cuántica (la gravedad) permitía que los cuerpos se mantuvieran normales. En un estudio
estadounidense posterior se examinó a unas corredoras para ver si el ejercicio físico intenso evitaba
la osteoporosis. Según algunos expertos, la mejor protección contra la enfermedad no es tomar
suplementos de calcio ni de estrógeno, sino lograr una buena densidad ósea en los años de la
juventud. Como los huesos se fortalecen cuanto más peso deben soportar, la carrera de larga
distancia debería aumentar la densidad ósea de las piernas en una proporción considerable. La
aplicación al envejecimiento va más allá de la osteoporosis, en la que los huesos se afinan de manera
extremada. Sin llegar a contraer esta enfermedad, el envejecimiento afina los huesos a casi todo el
mundo; entre los muy ancianos, las fracturas de cadera afectan a una de tres mujeres y a uno de
cada seis hombres.
En el Centro de envejecimiento de Tufts se comparó la densidad ósea de un grupo de jóvenes
corredoras con las de mujeres que no se ejercitaban regularmente. Aun cuando eran un 20 por ciento
más delgadas que las no deportistas, las corredoras tenían huesos más fuertes en las piernas. Esto
tenía sentido, pues esos huesos estaban sometidos a más trabajo y soportaban más peso, pero los
investigadores se llevaron la sorpresa de descubrir que las corredoras también tenían huesos más
densos en los antebrazos, a pesar de que éstos no recibían ningún peso adicional. De algún modo,
todo el esqueleto compartía el mensaje de depositar más calcio en el tejido óseo, gracias a las
señales químicas (probablemente bajo la forma de hormonas) activadas en el plano cuántico. Todo el
cuerpo sabía que se hacía ejercicio.
En términos cuánticos, lo que promueve el orden es beneficioso para oponerse a la entropía. Toda
la fisiología es una isla de entropía negativa; por lo tanto, debemos dirigir sagradamente nuestros
esfuerzos a conservar el orden en todos los aspectos. Como el cuerpo utiliza tanto la creación como
la destrucción para mantener en marcha sus procesos vitales, la solución no está en el trabajo
constante. Es preciso equilibrar el ejercicio con el descanso, porque durante el ejercicio se produce
una extensa destrucción muscular que debe restaurarse en los períodos de descanso. En todos los
aspectos de la vida, la clave es el equilibrio, término muy general que se puede descomponer en
cuatro títulos:
MODERACIÓN
REGULARIDAD
DESCANSO = EQUILIBRIO
ACTIVIDAD
Moderación significa no llegar a extremos. Regularidad es seguir una rutina consecuente.
Descanso es descanso. Actividad es actividad. Estas cuatro cosas parecen sencillas, pero tan sólo la
especie humana tiene control consciente sobre ellas, por ser la única especie dotada de conciencia
de sí. En los animales inferiores es el instinto el que dicta el ciclo de descanso y actividad, que los
humanos pueden ignorar libremente. Si lo ignoramos en la dirección equivocada, lo que hacemos es
acelerar la entropía. Esto se ha hecho visible en los peores aspectos de la vida moderna, que
paradójicamente mezcla la mayor comodidad con un creciente desorden.
Un llamativo ejemplo de cómo reflejan nuestros cuerpos el desequilibrio de nuestro estilo de vida
está en los trastornos cardiacos, principal dolencia de los ancianos de nuestra sociedad, causante de
más muertes que todas las otras enfermedades sumadas. En la década de los veinte surgió la
cardiología como especialidad floreciente, en respuesta directa a la alarmante epidemia de ataques
cardiacos que invadía misteriosamente a nuestra sociedad. La epidemia empeoró sin freno por otros
cincuenta años; cuando por fin se abatió, hacia fines de los años sesenta, había pocas coincidencias
en lo que había ocurrido. Aún nos preguntamos por qué los estadounidenses, precedidos sólo por los
finlandeses, sufren más trombosis coronarias que ningún otro pueblo del mundo.
William Osler, fundador de la Escuela de Medicina Johns Hopkins y el más famoso de los médicos
estadounidenses de principios de siglo, hizo notar que, en diez años de práctica en un hospital, no vio