Page 84 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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extremos de frío y calor; disminuye su sentido del equilibrio, dificultando la marcha; el azúcar de la
sangre, los niveles de hormona y la tasa metabólica se alteran. Para comprender por qué ocurre esto
podemos estudiar uno de los peores desequilibrios del envejecimiento: la presión sanguínea alta. Si
no se trata, la hipertensión puede acortar la vida en un promedio de veinte años, lo cual la torna
mucho más letal que ninguna otra enfermedad por sí sola. La hipertensión no es una enfermedad,
sino un ciclo alterado en los ritmos naturales del cuerpo. Es el cerebro el que controla la presión
sanguínea, fijando un ciclo que sube y baja a lo largo del día, respondiendo a todo tipo de claves
internas y externas. Medir la presión sanguínea es, por lo tanto, como tomar una instantánea de una
ola: se necesitan al menos tres lecturas bien separadas para atisbar los picos y valles del ciclo, que a
veces tarda varios días en completarse.
La presión sanguínea sube y baja en todos, pero en algunos la caída no regresa a su círculo
anterior; así comienza a filtrarse la presión elevada; con el tiempo, el vaivén cíclico acabará por
desviarse hacia la hipertensión. Esta tendencia es común entre quienes envejecen siguiendo un
patrón general previsible. He aquí la tabla para los del sexo masculino, entre los 20 y los 70 años de
edad:
PROMEDIO DE PRESIÓN SANGUÍNEA EN HOMBRES
Edad 20 122/76
Edad 30 125/76
Edad 40 129/81
Edad 50 134/83
Edad 60 140/83
Edad 70 148/81
La tabla muestra un ascenso parejo tanto en la indicación baja (diastólica) como en la alta
(sistólica), pero en diferentes proporciones: la presión sanguínea diastólica o en descanso aumenta la
mitad que la otra. (En las mujeres se presenta la misma tendencia, aunque el ascenso es
generalmente más lento.) Esta elevación no es normal; para mantenerse sano, el cuerpo necesita
mantener indicaciones normales que ronden los 120/80, aunque por un tiempo puedan ser aceptables
niveles más altos.
Puesto que se suele definir la hipertensión como aquella cuyos indicadores superan los 140/90, el
hombre medio parece estar a salvo hasta después de los 70 años, pero en realidad hay sesenta
millones de estadounidenses (aproximadamente un tercio de todos los adultos) que ya han cruzado el
umbral hacia la hipertensión. Hasta una pequeña incursión puede ser peligrosa. La mitad de los
fallecimientos asociados con la alta presión sanguínea se presentan entre los pacientes «fronterizos»,
cuya presión ronda los 130/90. Muchos hombres de 30 a 40 años están ya en esta parte de la escala.
Comparado con una persona saludable, quien padece de hipertensión corre doble peligro de morir en
el año siguiente, triple riesgo de fallecer por un ataque cardiaco, cuádruple de sufrir un paro cardiaco
y siete veces el riesgo de padecer una trombosis cerebral. El precio de perder el equilibrio interno es
muy alto.
La lista de influencias que pueden elevar la presión sanguínea es larga y variada. Si exiges mucho
a tu cuerpo, sube la presión sanguínea. Las tensiones emotivas y nerviosas pueden provocar el
mismo resultado. Aun sin ninguna influencia exterior, la hora del día ejerce su efecto (una de las
complicaciones que pueden dificultar el diagnóstico de la hipertensión es que algunas personas
presentan el indicador máximo por la noche). Pero el 90 por ciento de los pacientes de alta presión
sanguínea son clasificados como hipertensos «esenciales», lo cual significa que no hay causa
identificable para ese trastorno.
Ciertos investigadores han puesto monitores portátiles a secretarias, enfermeras y corredores de
bolsa que tienen presión sanguínea normal. El monitor puede enviar electrónicamente una lectura
constante de las alteraciones de la presión sanguínea normal que causan los sucesos de un día
típico. Estos investigadores descubrieron que lo normal es una ficción, si se habla de un número fijo;
cuando la secretaria recibía un grito, la enfermera atendía a un herido de bala o el agente de bolsa
negociaba en el frenesí de un mercado en baja, la presión sanguínea se iba al techo. La proporción
del ascenso dependía de la persona y de la tensión; también había variaciones individuales en cuanto