Page 92 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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         las glándulas suprarrenales. El cortisol es una potente hormona de estrés en todos los animales; en el
         salmón  es  una  hormona  de  muerte.  Su  fatal  emisión  se  produce  aunque  se  retire  al  pez del agua,
         antes de su extenuante migración, y se le permita procrear en óptimo estado físico.
            Los relojes de envejecimiento respetan su propio plan sin tener en cuenta el medio. Si se lleva al
         salmón aguas arriba proporcionándole el alimento adecuado y protegiéndolo de todas las tensiones.
         no se logra salvarlo; después del desove, el reloj biológico del pez sabe que ha llegado el momento
         adecuado para morir. «Adecuado», en la Naturaleza, es un término muy flexible. La cachipolla, que
         apenas vive un día, y la almeja gigante, que sobrevive más de 100 años, tienen cada una un tiempo
         de  vida  «apropiado».  La  naturaleza  equilibra  muchos  ingredientes  para  determinar  el  tiempo  que
         vivirá  un  animal.  El  tamaño,  el  peso,  el  ritmo  metabólico,  la  provisión  de  comida,  los  animales  de
         presa, la edad de reproducción y el número de crías, entre otros factores, influyen en el momento en
         que comenzará el envejecimiento.
            Un ratón en ambiente silvestre puede vivir un año o menos, pero en el curso de ese año el animal
         madura, se aparea, tiene cierta cantidad de crías y mantiene su especie en marcha. En el equilibrio
         de  la  naturaleza  basta  con  eso;  su  especie  puede  mantener  a  su  población  en  marcha  antes  de
         envejecer y morir, su propósito está cumplido.
            En  los  animales,  el  comienzo  de  la  vejez  está  ligado  con  su  evolución  física.  Cada  animal  ha
         evolucionado hasta llegar a un tiempo de vida que es el más adecuado para la supervivencia. Si los
         ratones  vivieran  100  años  y  continuaran  teniendo  crías  durante  docenas  todos  los  años,  el  mundo
         sería  invadido  por  los  ratones  y  los  animales  de  presa  que  se  alimentan  de  ellos.  Sin  embargo,  la
         naturaleza no permite que perduren desequilibrios tan grotescos; todas las especies se adecúan a su
         propio tiempo de vida y siguen sus patrones específicos para el envejecimiento. A veces, la intención
         específica  de  la  naturaleza  es  difícil  de  descifrar;  ¿por qué, por ejemplo, los diminutos murciélagos
         pardos  viven  12  o  más  años,  mientras  que  el  ratón  de  campo,  que  pesa  lo  mismo  y  tiene  un
         metabolismo igualmente rápido, lucha por sobrevivir apenas una o dos estaciones? Los factores que
         influyen en el tiempo de vida de distintos animales son tan complejos y sutiles que resulta difícil ex-
         plicar cómo envejecen los animales; en la actualidad hay más de trescientas teorías que rivalizan por
         dar la respuesta.
            La imaginación se perturba ante los relojes de envejecimiento, pues son bombas de tiempo que los
         animales llevan sin saberlo dentro de sí como instrumentos de la propia destrucción. Muchos biólogos
         especulan que el ADN humano contiene un reloj de envejecimiento; si es cierto, debe de ser mucho
         más   variable  que  el  del  salmón,  pues  los  humanos  mueren  a  edades  muy  variables.  En  el  imperio
         romano, la expectativa de vida en término medio rondaba los 28 años; hoy se ha elevado a 75 años
         en  Estados  Unidos  y  a  82,5  entre  las  mujeres  de  Japón,  el  grupo  de  más  larga  vida  en  el  mundo
         entero.  Este  aumento  se  ha  logrado  gracias  a  la  característica  que  nos  diferencia  de  los  animales
         inferiores: el libre albedrío. El momento de nuestra muerte no está determinado al nacer; los humanos
         desafiamos al destino construyendo refugios contra los elementos, cultivando alimentos para no morir
         de hambre e inventando curas para la enfermedad.
            Sin embargo, la herencia bioquímica que llevamos en nosotros presenta una amenaza constante.
         Como el salmón del Pacífico, nuestro cuerpo tiene la capacidad de emitir grandes dosis de hormonas
         sin el mando de nuestra voluntad. Por ejemplo: cada vez que estamos en una situación amenazante
         producimos una pequeña dosis de cortisol no letal. Para muchos fisiólogos, esto significa que nuestro
         cuerpo no está bien adaptado a la vida moderna. También fuera de nuestro control consciente está el
         efecto  de  los  glucocorticoides  en  una  serie  de  procesos  destructivos:  el  desgaste  muscular,  la  dia-
         betes, la fatiga, la osteoporosis, el adelgazamiento de la piel, la redistribución de la grasa corporal, la
         fragilidad de los vasos sanguíneos, la hipertensión, la retención de líquidos, la supresión del sistema
         inmunológico y la alteración de las funciones mentales.
            Todas  las  nombradas son señales de envenenamiento con esteroides, por lo que representa un
         peligro si se medica a los pacientes durante demasiado tiempo con grandes dosis de esteroides. En
         aquellas situaciones en que una persona no puede dar por terminada la respuesta al estrés o no logra
         expresarla,  su  propio  cuerpo  administra  una  pequeña  dosis  de  esteroides  envenenantes.  Así,  el
         peligro  de  un  estrés  inadecuado  repetido  es  mucho  mayor  que  cualquier  estrés  catastrófico  por  sí
         solo.
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