Page 91 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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                  En el laboratorio, animales menos evolucionados que las ratas (ranas, por ejemplo) no responden
               a factores de tensión intangibles. El factor clave es la memoria. Si un animal tiene sólo una memoria
               primitiva, no reconocerá la diferencia entre una situación y la siguiente. Las ratas recuerdan la desa-
               gradable sensación de la descarga eléctrica y, por lo tanto, se las puede adiestrar para que operen
               una palanca a fin de evitar su repetición. Cuando se retira la palanca, el recuerdo basta también para
               anticiparse a la siguiente descarga: tienen expectativas. Es un caso similar al del paciente nervioso
               que, en el sillón del dentista, salta en cuanto oye el torno; el mero sonido despierta una expectativa
               de dolor que, a su vez, activa la respuesta al dolor.
                  En  ambos   casos  el  factor  que  provoca  la-  tensión  es  la  expectativa.  Esto  tiene  enormes
               implicaciones en el envejecimiento, porque todos nosotros llevamos dentro un mundo: el mundo de
               nuestro pasado. Generamos nuestras propias tensiones al remontarnos a este mundo y a los traumas
               impresos  en  él.  Sin  la  memoria  del  estrés  no  habría  estrés,  pues  nuestros  recuerdos  ordenan  qué
               debe  asustarnos  o  encolerizarnos.  Nos  sentimos  frustrados  y  sin  control  apenas  una  situación  nos
               recuerda  demasiado   un  momento  anterior  en  que  nos  encontrábamos  frustrados  y  sin  control.  La
               maldición de la memoria es que nos envejece desde dentro; nuestro mundo interior envejece y nos
               aísla de la realidad, que nunca envejece.
                  La perfección de la memoria humana es asombrosa. En los primeros días del psicoanálisis, Freud
               se asombraba ante la exactitud con que sus pacientes retenían inconscientemente el pasado. Podía
               conducir a un paciente deprimido hasta un trauma ocurrido a los dos años de edad, cuando la madre
               lo  había  dejado  una  noche  en  el  hospital  donde  iban  a  operarle  las  amígdalas.  Al  principio  Freud
               descubrió  que  el  recuerdo  no  se  dejaba  descubrir  del  todo.  Mantas  de  entumecimiento  y  negación
               cubrían la sensación original de haber sido abandonado; sin embargo, sí el paciente tenía suficiente
               coraje, esos mantos se podían retirar gradualmente.
                  Con  total  claridad,  el  paciente  recordaba  entonces  con  exactitud  lo  que  había  ocurrido  en  el
               hospital  esa  noche;  no  sólo  su  sensación  en  todos  sus  matices,  sino  los  detalles  físicos  más
               insignificantes: la hora que marcaba el reloj, el número de pasos que llevaban al quirófano, el color de
               pelo de la enfermera. Pero ¿por qué no recordar esos detalles? Han sido impresos en nosotros como
               microchips,  agregando   su  emisión  a  todos  los  hechos  futuros.  En  la  vida  humana  hay  pocas
               tensiones simples, si aún alguna existe, porque, en cuanto se presenta un nuevo hecho, se activa el
               sello de los viejos recuerdos, activando el tipo de tensión que esperamos. Por lo tanto, el estrés se
               convierte en una profecía autocumplida: nuestras reacciones se adecúan a nuestras expectativas. Es
               el hecho de que ningún suceso pueda evitar el sello de la interpretación lo que da a la memoria su
               traicionero poder.

                  La conexión de las hormonas

               La reacción al estrés incluye la producción de poderosos elementos químicos que el cuerpo, tal como
               he  descrito,  debe aislar antes de sufrir daño. Los endocrinólogos clasifican las hormonas de estrés
               como glucocorticoides, segregadas por las glándulas suprarrenales como parte de la mayor actividad
               exigida  al  cuerpo  sometido  a  estrés.  La  función  de  los  glucocorticoides  es  activar  el  cambio  del
               metabolismo anabólico al catabólico. Específicamente, los glucocorticoides descomponen el glucagón
               del hígado, forma de energía almacenada que el cuerpo puede utilizar en caso de necesidad; cuando
               el glucagón se agota, los mismos glucocorticoides pasan a descomponer proteínas. En condiciones
               extremas,  como  las de períodos de hambruna, el cuerpo debe combatir la inanición comenzando a
               consumir sus propios músculos a fin de mantener el nivel de azúcar en la sangre; una vez más, los
               elementos químicos responsables son los glucocorticoides.
                  El  más  conocido  de  los  glucocorticoides  es  el  cortisol,  que  desempeña  un  oculto  papel  en  el
               envejecimiento  de  ciertos  animales,  específicamente  del  salmón  del  Pacífico.  Después  de  la
               incubación,  el  joven  salmón  pasa  los  primeros  cuatro  años  de  vida  en  el  mar,  hasta  verse
               misteriosamente guiado durante miles de kilómetros hasta el mismo lago de agua dulce en que nació.
               Después   de  un  heroico  viaje  contra  la  corriente,  franqueando  rápidos  y  presas  edificadas  por  el
               hombre, el salmón maduro procrea y muere casi de inmediato.
                  Lo que hace que el pez envejezca de la noche a la mañana, convirtiéndose en una bestia débil y
               desgastada, no es el simple agotamiento, sino un reloj de envejecimiento interno, incluido en su ADN,
               que espera hasta que se efectúa el desove para emitir grandes cantidades de hormona corticoide de
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