Page 78 - ESPERANZA PARA UN MUNDO EN CRISIS
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74 Esperanza para un mundo en crisis
la granja. Cuando llegó a Washington, después de recibir el permiso de
sus superiores para reclamar su solicitud, fue a la Casa Blanca, se acercó
a la puerta y pidió ver al Presidente.
El guardia de turno le dijo:
–¡No puedes ver al Presidente, joven! ¿No sabes que estamos en gue-
rra? ¡Es un hombre muy ocupado! ¡Ahora vete! ¡Vuelve a la batalla, que
es tu lugar!
Por ende, el joven soldado le dio la espalda muy desanimado y se
sentó en el banco en un parque que estaba cerca de la Casa Blanca. En
ese momento, un niñito se le acercó.
–Soldado, te ves triste. ¿Cuál es el problema?
El soldado miró al niño y le abrió su corazón. Le contó sobre la muer-
te de su padre y su hermano en la guerra. También mencionó la deses-
perada situación de su hogar. Le explicó que su madre y su hermana no
tenían a nadie que las ayudara en la granja. El niño escuchó y respondió:
–Puedo ayudar, soldado.
Luego, tomó al joven combatiente de la mano y lo condujo de regre-
so a la puerta principal de la Casa Blanca. El guardia no pareció notar-
los, ya que no los detuvo. Siguieron el camino y atravesaron la puerta de
entrada de la Casa Blanca. En el interior, se encontraron con generales y
funcionarios de alto rango, pero nadie les dijo ni una palabra. El soldado
no alcanzaba a comprender. ¿Por qué nadie trataba de detenerlos?
Finalmente, llegaron al Salón Oval, donde trabajaba el Presidente, y el
niño ni siquiera llamó a la puerta. Simplemente, la cruzó y llevó al solda-
do con él. Detrás del escritorio estaban Abraham Lincoln y su secretario
de Estado, analizando los planes de batalla que estaban sobre la mesa.
El Presidente miró al niño y al soldado. Entonces, dijo:
–Buenas tardes, Tad. ¿Me puedes presentar a tu amigo?
Y Tad Lincoln, el hijo del Presidente, dijo:
–Papá, este soldado necesita hablar contigo.
El soldado presentó su situación a Lincoln e inmediatamente recibió
la dimisión que quería. Tad Lincoln, el hijo del Presidente, no tuvo que
rogar ni suplicar para ver a su padre. No había necesidad de llamar a la
puerta. Entró directamente, y su padre estaba feliz de verlo. Jesús tiene
acceso inmediato a su Padre, nos guía de la mano y nos conduce direc-
tamente a la presencia de Dios.