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LA «INEVITABILIDAD» DE LA PLANIFICACIÓN

               No sé si esto es cierto en alguno de los casos citados; pero hay que admitir
               como posible que la estandarización obligatoria o la prohibición de sobre-
               pasar un cierto número de variedades, pudiese, en algunos campos, aumen-
               tar la abundancia más que lo suficiente para compensar las restricciones en
               la elección del consumidor. Cabe incluso concebir que un día pueda lograrse
               un nuevo invento, cuya adopción apareciese indiscutiblemente beneficiosa,
               pero que sólo podría utilizarse si se hiciese que muchos o todos estuvieran
               dispuestos a aprovecharlo a la vez.
                  Sea mayor o menor la importancia de estos casos,lo cierto es que no puede
               pretenderse de ellos legítimamente que el progreso técnico haga inevitable
               la dirección centralizada. Únicamente obligarían a elegir entre obtener me-
               diante la coacción una ventaja particular o no obtenerla; o, en la mayoría de
               los casos, obtenerla un poco más tarde, cuando un posterior avance técnico
               haya vencido las dificultades particulares. Cierto es que en estas situaciones
               tendríamos que sacrificar una posible ganancia inmediata,como precio de nues-
               tra libertad; pero evitaríamos, por otra parte, la necesidad de subordinar el
               desarrollo futuro a los conocimientos que ahora poseen unas determinadas
               personas. Con el sacrificio de estas posibles ventajas presentes preservamos
               un importante estímulo para el progreso futuro.Aunque a corto plazo pueda,
               a veces, ser alto el precio que pagamos por la variedad y la libertad de elec-
               ción, a la larga incluso el progreso material dependerá de esta misma varie-
               dad,porque nunca podemos prever de cuál,entre las múltiples formas en que
               un bien o un servicio puede suministrarse, surgirá después una mejor. No
               puede, por lo demás, afirmarse que toda renuncia a un incremento de nues-
               tro bienestar material presente, soportada para salvaguardar la libertad, vaya
               a ser siempre premiada. Pero el argumento en favor de la libertad es precisa-
               mente que tenemos que dejar espacio para el libre e imprevisible crecimiento.
               Se aplica no menos cuando, sobre la base de nuestro conocimiento presente,
               la coacción parece traer sólo ventajas, y aunque en un caso particular pueda,
               efectivamente, no provocar daño.
                  En la mayor parte de las discusiones actuales sobre los efectos del progreso
               tecnológico se nos presenta este progreso como si fuera algo exterior a no-
               sotros, que pudiera obligarnos a usar los nuevos conocimientos con arre-
               glo a un criterio determinado. Cuando lo cierto es que si bien las invencio-
               nes nos han dado un poder tremendo, sería absurdo que se nos sugiriese la

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