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LAS PERSPECTIVAS DE UN ORDEN INTERNACIONAL
más desfavorable. Si todas las materias primas esenciales fueran así contro-
ladas, no habría, ciertamente, nueva industria ni nueva aventura en la que
pudieran embarcarse las gentes de un país sin el permiso de los controlado-
res, ni plan de desarrollo o mejora que no pudiera ser frustrado por su veto.
Lo mismo es cierto de todo acuerdo internacional para la «distribución» de
los mercados y aún más del control de las inversiones y de la explotación
de los recursos naturales.
Es curioso observar que todos aquellos que presumen de ser los más firmes
realistas y que no pierden oportunidad para verter el ridículo sobre el «uto-
pismo» de quienes creen en la posibilidad de un orden político internacio-
nal, consideran, sin embargo, más practicable la interferencia, mucho más
íntima e irresponsable en las vidas de los diferentes pueblos, a que obliga la
planificación económica. Y creen que, una vez se otorgara este inesperado
poder a un gobierno internacional, al que acaban de presentar como incapaz
hasta de imponer simplemente un Estado de Derecho,este poder más amplio
sería empleado de manera tan altruista y tan evidentemente recta que logra-
ría el consenso general.Si algo es evidente,lo será que,mientras las naciones
podrían aceptar normas formales previamente convenidas, nunca se some-
terán a la dirección que supone una planificación económica internacional;
pues si bien pueden llegar a un acuerdo sobre las reglas del juego, nunca se
conformarán con el orden de preferencia que una mayoría de votos fije a
las necesidades de cada una ni con el ritmo en que se las consienta avanzar
en su progreso. Aunque, al principio, los pueblos, ilusionados en cuanto al
significado de estos proyectos, conviniesen en transferir tales poderes a un
organismo internacional, pronto hallarían que lo que habían delegado no
era simplemente una tarea técnica, sino el más dilatado poder sobre sus vida
enteras.
Lo que hay,evidentemente,en el fondo del pensamiento de los no del todo
cándidos «realistas» que defienden estos proyectos es que las grandes poten-
cias no estarán dispuestas a someterse a una autoridad superior, pero es-
tarán en condiciones de emplear estas instituciones «internacionales» para
imponer su voluntad a las pequeñas naciones dentro del área en que ejerzan
su hegemonía. Hay tanto «realismo» en ello, que, efectivamente, enmasca-
rando así como «internacionales» a las instituciones planificadoras, pudiera
ser más fácil lograr la única condición que hace practicable la planificación
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