Page 326 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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       maestro no  le haya señalado,  ni siquiera se permita practicar otros
       rezos que los que le ordene aquél. Téngase por el menor de los hom-
       bres y el ínfimo de los novicios. No crea poseer derecho alguno sobre
       nadie, ni crea tampoco que alguien, fuera de su maestro, tenga sobre
       él derecho alguno que deba cumplir; antes bien, ha de estar plena-
       mente convencido de que en  el mundo no existen más que  él y su
       maestro, y, por lo tanto, no debe preocuparse de otra cosa que de lo
       que su maestro le prescriba [92]. Que no ose hollar con su pie la al-
       fombra sobre la cual su maestro hace la oración litúrgica, ni vestir el
       hábito que tomó de manos de su maestro, sino cuando éste se lo vista.
         No le pregunte cosa alguna como quien espera respuesta, y limí-
       tese a manifestarle  el estado de su propio espíritu;  si  el maestro  le
       contesta, bien; y  si no  le contesta, no le pida que lo haga. Esto no
       se llama preguntar; únicamente es exponer lo que al alma  le pasa.
       Ahora,  si eso lo hace en tono de quien espera que el maestro le res-
       ponda, ya lo convierte en pregunta y falta a la urbanidad.
         No debe engañar a su maestro en cosa alguna, ni ocultarle nada
       de lo que en su conciencia le pase, pues  el daño será para él, ya que
       todo lo que tenga serán enfermedades y dolencias espirituales, y  si
       las calla, no se las podrá curar y morirá de su mal, además de faltar
       al voto de su profesión.
         Sométase humilde y respetuosamente a su maestro, consagrando el
       corazón al rezo particular que le haya impuesto; y si alguna vez por
       descuido lo abandona y se entrega a otro rezo porque a él personal-
       mente así  le ha ocurrido o porque le gusta más, apresúrese a volver
       en seguida al rezo prescrito, pues en el alma no caben simultáneamen-
       te dos cosas, y si no hubiese sido por el descuido en practicar el pri-
       mer rezo, no le habría venido a las mientes ese otro rezo vituperable.
          Debe también aceptar resignado  lo que  el maestro  le imponga
       cuando caiga en alguna falta. Sepa que si el siervo es sincero con Dios
       para abandonar por El sus propias pasiones, también Dios se las qui-
       tará de su corazón, y que si el novicio dirige de verdad su total inten-
       ción hacia Dios, es infalible que también Dios inspirará  al maestro
       para que éste conozca de manera intuitiva su estado de alma y la for-
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