Page 327 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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316          Parte III.—Textos: Amr, 92, 93
        ma de tratarlo, acomodada a la intención del novicio, pues tal es el fru-
        to de la sinceridad de éste.
          Cuando al discípulo le ocurra alguna cuestión, no debe de ningún
        modo preguntar sobre ella a su maestro. Haga intención de comunicar-
        la con Dios, para que sea Dios quien le ilumine acerca de ella o quien
        mueva a su maestro a tratarla y resolverla. Si Dios directamente  le
        otorga la solución, expóngasela después al maestro. Y  si ni Dios le
        ilumina acerca de la cuestión, ni tampoco el maestro le habla de ella,
        tenga por sabido que su estado espiritual es todavía imperfecto y que
        esa cuestión que se le ha ocurrido no es digno todavía él de alcanzar-
        la, ya por la sublimidad de ella y su falta de preparación para enten-
        derla, ya por falta de sinceridad en la intención al pedirle a Dios que
        se la aclare, falta de sinceridad que es debida a que en  el alma se
        habrá asociado con aquella intención algún otro móvil extraño, pues
        esta amalgama de propósitos debilita [93] la energía de la aspiración
        espiritual, la cual no se fortalece más que con la unidad del propósito.
        Corresponde, pues, al novicio el mover con su intención el ánimo del
        maestro a que le resuelva la cuestión; pero no se sigue de ahí que el
        maestro tenga que ser iluminado por Dios con la solución adecuada; y
        si Dios se la revela, no será porque la dignidad del magisterio espiritual
        lo reclame, sino simplemente porque así convenga al mayor provecho
        del alma del maestro mismo o de cualquier otra persona. Por eso tan
        sólo, porque Dios quiera lograr ese fin, le será revelado el sentido de la
        cuestión.
           Es también condición del novicio, que no tenga voluntad; mien-
        tras la tenga, será hombre de pasión y, por lo tanto, estará consigo
        mismo y no con su maestro. Conviene, pues, que el novicio se las haya
        con su maestro, como el cadáver entre las manos del que lo lava para
        amortajarlo (1); es decir, que ni se gobierne ya a sí mismo, ni rehuse
        hacer lo que su maestro quiera que haga, sino que, antes bien, cons-

          (1)  Nótese la exacta coincidencia de esta fórmula (típica en todo  el mo-
        nacato musulmán) con la del monacato cristiano oriental (San Nilo, San Juan
        Clímaco) y occidental (San Ignacio): "perinde ac cadáver". Cfr. supra, parte
        segunda,  IV, págs.  156,  158.
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