Page 332 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El respeto al maestro      321
       también hemos presenciado eso mismo repetidas veces con otras per-
       sonas. Los misterios de Dios son inmensos y su profundidad es impe-
       netrable. Esto no quita, sin embargo, para que si  el juez impone la
       pena jurídica correspondiente a la persona que en apariencia realiza
       esos actos, no incurrirá por ello en falta ni se le deberá exigir respon-
       sabilidad alguna a los ojos de Dios. Lo que hay es que, en la mayoría
       de los casos, los que obran así tienen un tal dominio espiritual sobre
       la gente, que tales actos no llegan jamás a acarrearles ese daño. Esto
       es lo ordinario. Pero aun así, tales actos no proceden jamás, sino de
       místicos cuyo estado de perfección espiritual es endeble, pues el mís-
       tico perfecto obra siempre, en su trato con la gente, conforme a las
       normas habituales y corrientes, sin permitirse hacer cosa alguna que
       ni en apariencia sea vituperable, por contraria a la ley religiosa y a la
       costumbre ordinaria. Hay también, entre los hombres de Dios, algunos
       a quienes Dios mismo les revela las acciones, así buenas como malas,
       que El tiene decretado que han de realizar en todo  el resto de sus
       vidas, y ellos se lanzan por eso a realizarlas con la tranquilidad que
       da la certeza. Y si no fuera porque es corto el tiempo de que dispongo
       ahora, trataría por extenso de este grado de perfección, a fin de que
       el vulgo se percate de la alta dignidad de los amigos de Dios, cuan-
       do llegan a esta morada, y de los misterios en ella latentes, que por eso
       mismo los ignoran los ulemas que sólo entienden de fórmulas jurídi-
       cas. El vulgo iletrado posee en esta materia criterios que los mismos
        ulemas formulistas ignoran. Por eso se dice que es preciso aceptar
        por buenos los estados de los místicos, como lo hemos referido en el
        caso del que bebía vino que era miel. ¿Cómo, en efecto, aplicar aquí el
        criterio de la letra de la ley?
          Es también obligación del novicio que, cuando su maestro  le en-
        víe a hacer una cosa, marche inmediatamente a hacerla, sin detenerse
        a pensarla ni a interpretarla y sin desviarse de su camino por obs-
        táculo alguno. Y esto, hasta tal extremo, que cierto maestro le dijo
        a uno de sus novicios: "¿Qué te parece? Si tu maestro te enviase a
        hacer algo y tú pasases en tu camino cerca de una mezquita al tiem-
        po de la oración ritual, ¿qué harías?" Y el novicio le respondió: "Mar-
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