Page 333 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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322          Parte III.— Textos: Amr, 97, 98
        charía a cumplir el encargo del maestro y no haría la oración hasta
        que regresase." Y el maestro le dijo: "Harías bien." De este hecho hay
        testimonios fidedignos en que los sufíes se apoyan para tenerlo por
        cierto.
          También es condición esencial del novicio que tenga siempre des-
        pierta y diligente su actividad, sin echarse en brazos de la negligen-
        cia y la pereza. Que no se arrastre,  v.  gr., sobre su asiento por  el
        suelo, cuando esté sentado y no pueda coger un objeto coln la mano,
        por tenerlo tan distante, que esté fuera de su alcance, si no pierde el
        equilibrio [97] de su asiento. Eso es pereza. Debe, por  el contra-
        rio, levantarse y coger  el objeto, una vez de pie. Igualmente,  si  le
        dicen: "Anda y vete a casa de fulano o  al mercado y compra esto
        o lo otro", y él responde: "Veré antes  si por acaso hay algún otro
        recado que hacer, a fin de que mi salida sea una tan sólo", o bien
        "Aguarda hasta que tenga que  salir  a  la oración  o a otra cosa,
        y entonces, de camino, haré ese recado...", todo eso es pereza, a mi
        juicio, y negligencia. El que así obra es un politeísta, incapaz de sen-
        tir el aroma de la unicidad de Dios, mientras persista en tal manera
        de ser. Las verdades esotéricas de la vida espiritual dan de sí, en efec-
        to, este resultado: que mo logra la intuición de la unicidad de Dios,
        más que aquel cuyos movimientos se reducen todos a uno solo, por
        estar orientados hacia un solo objeto. De aquí que  si  el novicio del
        ejemplo citado sale de su celda para la oración y, a la vez, para com-
        prar o para vender una cosa, no puede gustar en modo alguno el aro-
        ma de la unicidad de Dios.
          También es condición esencial del movido, que cumpla fielmente
        las obligaciones que le imponga el maestro, tanto si son fáciles como
        si son duras de cumplir. El camino de Dios es un combate y está lleno
        de contrariedades; no es un camino cómodo. Ni debe el novicio poner
        condición alguna a su maestro, pues tampoco el cadáver se las puede
        imponer al que lo lava; y quien se ha desprendido de su propia volun-
        tad, en nada se diferencia del cadáver.
           Tampoco debe  el novicio exigir de nadie que  le haga lo que  él
        por sí mismo pueda hacer, o que  le entregue lo que él por sí mismo
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